10 de agosto de 2015

¿Por qué del Señor tu cuerpo escondes?



Autor: Jesús David Muñoz

Dios, en el albor del mundo,
creó a su imagen al hombre
y con arcilla formó 
a su criatura más noble.

Con un aliento de vida
celestial, un santo acorde
de notas puras sopló
como el mejor de los dones.

Era bueno en el principio,
bajo, aunque de rango noble.
Todos los días de los Labios
Soberanos oía su nombre.


Caminar solía en las tardes
con el Señor de señores,
oyendo y diciendo cosas
que ni a un ángel corresponde.

Pero la duda mezquina
volvió todo esto deforme,
y la desconfianza hizo
de éste, un ser débil y doble.

-¿Por qué hoy tengo que buscarte?
¡Adán! ¿por qué de mí corres?
¿Desde cuándo mi mirada
llena tu alma de temores?
¿Bajo qué rama o arbusto
del Señor tu cuerpo escondes?

-Tus pasos en el jardín,
profundos e indagadores,
percibió mi triste espíritu.
Y, ¡oh Dios!, de los pecadores
esta vergüenza llenó
de angustia mis miembros pobres.

Hijo mío, ¿qué te has hecho?
¿No has oído mis peticiones?
¿No has protegido mi amor
del hurto de los ladrones?

¡Ven!, pues solo mi visión
repondrá de nuevo el orden,
mis ojos defenderán
tu espíritu de invasores.

¡Sal de ahí!, pues el Edén
no tiene ni tendrá flores
que arreglen la desnudez,
vergüenza de tus errores.

Yo te haré mirar tu cuerpo
sin suciedad e impudores.
¡Pues yo hago nuevas las cosas
y doy nuevos corazones!

Daré a tu carne el regalo
de ver bienes aún mejores.
Verás cómo de mi Cuerpo
íntegro y puro dispones,
para transmitir al tuyo
la pureza de mil soles.

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