Autor: Álvaro Correa
Es una fortuna tener en casa o entre los amigos a personas simpáticas que
desbordan de imaginación y buen humor. Ellas nos ayudan a concretar esa
sentencia célebre del filósofo Sócrates: “La alegría del alma forma los bellos
días de la vida”.
Nos sentimos a gusto de estar junto a estas personas porque son como los
globos aerostáticos que nos elevan sobre las dificultades en virtud de esa
suavidad y ligereza de su ser.
Estas personas nos enseñan a tirar la zaborra de nuestras preocupaciones
excesivas para poder volar y para cambiar, desde lo alto, la dimensión de las
cosas y la perspectiva de nuestras actitudes.
Y no es que ellas estén privadas de dificultades, sino que saben aplicarse
el proverbio chino que dice: “No puedes evitar que los pájaros de la tristeza
vuelen sobre ti, pero debes evitar que aniden en tu cabello”.
Este buen humor y esta imaginación desbordante deben, sin embargo, hundir
raíces profundas en la dignidad personal y, más aún, en aquella que la Trinidad
Santísima nos concedió el día de nuestro Bautismo.
“Agnosce, o Christiane, dignitatem tuam”
– San León Magno (Conoce, oh cristiano, tu dignidad).
El buen humor deja de serlo cuando no es más que una burla camuflada o
majaderías envueltas en risas vacías. El buen humor nace de un corazón alegre y
generoso.
Cuanto más limpio y rico sea ese corazón, mejor humor gozaremos. Ojalá que
tú y yo seamos esas personas “lindas”.
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