Autor: Álvaro Correa
¿Por qué Dios permite ciertas pruebas en nuestra vida? ¿Qué sentido tienen
los conflictos que surgen en el trato con los demás, aun sin quererlos?...
Muchas veces nos lo hemos preguntado y las respuestas obtenidas suelen
mostrarnos una aureola de misterio. En buena medida nos conforta que sea así,
porque las certezas y las incertidumbres suelen poner pie indistintamente en
los mismos caminos, mezclando sus huellas.
Nos ayudará hojear las memorias de la Hermana Lucía, vidente de las
apariciones de la Virgen en Fátima, para aprender, entre muchas lecciones, una
manera de acoger las dificultades.
Reflexionando sobre sus andanzas, escribía: “En estos viajes no siempre
encontraba estima y cariño. Al lado de personas que me admiraban y creían
santa, había siempre otras que me vituperaban y me llamaban hipócrita,
visionaria y hechicera. Era nuestro buen Dios que echaba sal en el agua, para
que ésta no se corrompiese…”
¡Maravilloso! La hermana ve las dificultades como unos granos de sal caídos
del cielo sobre el agua de su existencia para que ésta no se corrompa, para que
se preserve como los mares incontaminados y cristalinos, pululantes de vida.
Esta postura de fe permite, sin duda, ir adelante con optimismo en medio
del sufrimiento y, sobre todo, concede la luz necesaria para ver la mano de
Dios sobre los hilos entrelazados de los acontecimientos meramente humanos.
Dios sabe cuánta sal necesitamos y en qué momento para purificar las aguas
de nuestra vida; para librarla de la corrupción de la vanidad, soberbia y egoísmo.
¡Confiemos!
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