Autor: Álvaro Correa
Un dolor común de cabeza es siempre molesto. Posee los ingredientes de una
tortura en miniatura. En mayor o menor grado, todos sabemos de qué se trata.
Pues bien, un proverbio indio asume esta dolencia y la aplica amablemente
para invitarnos a cultivar una faceta hermosa de nuestras relaciones con los
demás. Dice: “A nadie le duele la cabeza cuando consuela”.
Según la etimología latina, consolar vendría del prefijo –con (reunión,
unión, cooperación…) y del verbo –solari (aliviar, calmar, apaciguar…).
Para entender mejor el concepto nos ayuda la explicación de un diccionario
antiguo italiano. Consolar “es el conforto que se aporta al hombre que está
solo con su dolor” y, en consecuencia, el consolador sería “aquél que acompaña
al que está solo y le hace amar de nuevo la vida… Es volver a hacer que esté
contento”.
Queda claro… Sin duda que una acción así puede ahuyentar dolores de cabeza;
es como una medicina que beneficia a la misma persona que la ofrece.
Consolemos, pues, de corazón, acerquémonos a las personas que sufren en
soledad; ayudémoslas a que abran las ventanas de su interior para que permitan
al sol del amor volver a calentar sus vidas.
En este sentido, Jesucristo es nuestro mejor consolador. Él busca al hombre
solo y le ofrece su Amor. Vale la pena refugiarnos en la oración buscando su
consuelo.
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