Autor: Fernando Pascual
Los males y "defectos"
que muchos encuentran en el mundo parecerían poner serias dificultades para
admitir la existencia de Dios.
Si Dios existiese, nos dicen
algunos, sería bueno y sería inteligente. Por lo mismo, ¿por qué no hizo un
mundo sin tanto dolor, sin tantas injusticias, sin tantas imperfecciones?
La pregunta lleva a otros a
negar que Dios exista: la situación defectuosa del mundo en el que vivimos no
sería compatible con la aceptación de Dios como alguien real.
Pensar de esta manera está
unido a una serie de presupuestos que generan nuevas preguntas y no pocas
dificultades.
El primer presupuesto consiste
en suponer que nosotros sabemos cómo tendría que ser el mundo para alcanzar
cierto nivel de perfección y evitar tantos defectos.
El segundo es más
problemático: imaginar que si el mundo hubiera sido hecho según la inteligencia
humana habría sido mucho más perfecto.
Los dos presupuestos, sin
embargo, chocan fuertemente con la experiencia y la historia. Porque los
hombres no somos tan inteligentes como desearíamos; y porque muchas veces
actuamos de modo injusto, arbitrario, incluso malvado.
Entonces, ¿de dónde surge el
deseo de vivir en un mundo mejorado? ¿Por qué no estamos contentos con lo que
nos rodea?
Algunos dirán que se trata de
gustos personales. Otros, por motivos diferentes, acogerían el mundo así como
es, como si fuera absurdo acusarlo de imperfecciones.
Esta segunda respuesta
permitiría suponer que el mundo es compatible con la existencia de Dios, porque
no podríamos reprocharle una imperfección que no sería motivo de escándalo.
El tema es complejo y hay
diferentes modos de afrontarlo. Lo que resulta claro es que Dios no solo ayuda
a comprender el origen del mundo en sus miles de articulaciones, sino que
además permite encontrar un fundamento para nuestra inteligencia y nuestra
capacidad de amar, facultades que están orientadas hacia la búsqueda de la
perfección y del bien que deseamos en lo más íntimo de nuestro corazón.
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