Autor: Fernando Pascual
Diversas voces piden y
reclaman una mayor presencia de los jóvenes, o de las mujeres, o de las
minorías, o del pluralismo, en las religiones de nuestro tiempo.
Al hacer reivindicaciones de
este tipo se supone que las religiones son como asociaciones humanas sometidas
a las modas y a las presiones de cada grupo.
Sin embargo, ante cualquier
religión hay dos preguntas que no pueden dejarse de lado, y que permiten
centrar la atención en lo esencial.
La primera pregunta: ¿es
verdadera esta religión? Su origen, su doctrina, sus promesas, sus ritos,
¿ofrecen respuestas válidas a la existencia humana y a sus anhelos más
decisivos?
La segunda: si una religión se
muestra como verdadera, ¿estamos dispuestos a acogerla plenamente, como es, sin
adulterarla ni someterla a gustos o tendencias pasajeras?
Las dos preguntas están
íntimamente unidas entre sí. Porque solo si una religión muestra que es
verdadera merece ser acogida de modo pleno y responsable, sin
"cribarla" según preferencias personales o de grupo.
Discutir sobre otros aspectos,
pedir cambios a las religiones sin afrontar el centro de estas preguntas, es
como perderse en lo contingente y pasajero sin centrarse en el núcleo de la
cuestión religiosa.
En un mundo donde muchos viven
según frases hechas o desde tendencias sociológicas espontáneas o promovidas
desde arriba, afrontar estas preguntas prepara las mentes y los corazones a
decisiones importantes.
Porque la vida humana, herida
por tantos males del cuerpo y del alma, busca continuamente caminos que
ofrezcan esperanza y, sobre todo, una salvación completa ante los dos mayores
males: el pecado y la muerte.
Para quien escribe estas
líneas, como para tantos millones de seres humanos del pasado y del presente,
solo una religión ofrece respuestas satisfactorias: la de la Iglesia católica,
fundada por Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, Salvador del mundo, acceso
encarnado a la misericordia del Padre de los cielos.
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