Autor: Álvaro Correa
¿Existirá algún hombre que no haya tenido dificultades? Es demasiado
improbable, pues todos padecemos dolores físicos y morales, o hemos derramado
lágrimas desde la niñez.
La vida está salpicada de dificultades y no podemos prescindir de ellas,
pues son parte de nuestra propia historia. Se presentan en cualquier momento,
provienen de todas direcciones, las vemos crecer poco a poco, sin hacerse
sentir, o nos sorprenden cayendo de golpe como un mazazo en la cabeza…
En fin, no estando aún en el paraíso, las hemos tomado de la mano para
sentir la dureza del camino mientras avanzamos hacia la meta final.
Al aceptarlas con serenidad y enmarcándolas en su limitación temporal,
experimentamos que aportan un toque de belleza y de madurez a la aventura de
cada día.
No en vano, la admiración por algún personaje despunta cuando conocemos sus
méritos al haber superado dificultades en pos de una conquista personal. Con
razón Cicerón afirmaba que “cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria”.
Seamos realistas y osados, evitando quejas por las dificultades que nos
autoinfligimos por irresponsabilidad o pereza; por no haber actuado con madurez
en su debido momento. A veces las dificultades son facturas a pagar por
concesiones pasadas…
Dios nos conceda esperanza y perseverancia. Además, como dice Cervantes:
“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas
dificultades”.
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