Da un poco de escalofrío leer artículos médicos en los que se describen los
dolores físicos más agudos que podríamos padecer. Entre otros estarían la
rotura total de los ligamentos, las quemaduras graves, el cólico nefrítico, el cáncer
de huesos, etc.
Ahora bien, opinan que un dolor extremo proviene de la neuralgia del
trigémino. ¡Dios nos conceda el don de la salud o la fortaleza necesaria para
sobrellevar la enfermedad! En todo caso, lo importante es agarrarnos bien de su
mano y nunca soltarla.
Pero bien, otra cuestión sería si se pueden clasificar los dolores del alma
y del corazón… Esto escapa al microscopio. Podríamos decir que cada quien sufre
de manera personal y que ese dolor es incomparable e intransferible. No se
puede medir.
En este sentido, al tener ciertas noticias uno piensa, ¿cuánto ha de sufrir
una madre por la muerte de su bebé? Sólo ella lo sabe, sólo Dios lo sabe.
En fechas recientes, una joven madre dio a luz a un niño, en Inglaterra,
pero la creaturita nació muy enferma. Se le sometió a un trasplante de hígado y
a diversas intervenciones por motivo de una afección rara, pero la vida sólo le
concedió nueve meses.
En verdad, sorprende la ternura y el temple anímico que manifestó la madre
al comunicar este suceso. Se siente un dolor contenido por la fe, por el mismo
amor y respeto hacia el bebé. Lo expresó con las siguientes palabras:
“Anoche, a las 10.09 pm, Connor Daniel McCue se quedó dormido y extendió
sus alas, estaba en mis brazos y Paul también le estaba sujetando. Ayer fue un
día precioso. Fue bautizado y todos nos reímos. Connor estaba muy tranquilo y
cómodo en la calle, toda la tarde bajo el sol.
Ha sido el niño más grande y más valiente y estamos muy orgullosos de él.
Hasta el final él fue y sigue siendo nuestro héroe. Siempre te amaremos,
siempre te echaremos de menos y siempre serás nuestro bebé”.
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