19 de agosto de 2019

Lluvia de diamantes


Autor: Álvaro Correa

Se suele decir que si lloviese dinero, no se mojaría el suelo. ¿Y si se tratase de diamantes?

Según unos científicos de la Universidad de Wisconsin-Madison, en la parte superior de la atmósfera de Júpiter se reúnen unas condiciones de presión y temperatura que convierten el metano en trozos de grafito y diamante a medida que desciende a la superficie.

Debe ser algo extraordinario. ¡Una lluvia de diamantes! Imaginemos que lloviesen esas piedras preciosas sólo durante cinco minutos en nuestro barrio o ciudad. ¡Todos saldríamos a la calle o terrazas con las manos abiertas, con redes, con baldes, para pescar las más posibles!


Pidamos a la misma imaginación que nos ayude a visualizar otra lluvia más maravillosa, esa que cae, a veces serena, a veces a torrentes, sobre nuestra vida de cara a la eternidad: ¡las bendiciones de Dios!

Podríamos decir que nuestra humanidad “reúne unas condiciones de presión y temperatura”, es decir, “de necesidad de amor y perdón” que toca las puertas del cielo. Nuestro buen Dios nos responde con sus bendiciones embelleciendo nuestro camino hacia Él.

Un camino “estrecho y arduo” que nos guía, entre las caricias del sol y los temores de la noche, hacia el destino último de nuestra existencia y que da razón suficiente a los misterios de nuestra carne mortal.

Abramos el corazón para acoger los diamantes divinos, esas bendiciones que nos consuelan y motivan, que nos comprometen y exigen, que nos hacen volver siempre la mirada a lo alto para decir: ¡qué grande eres, Señor!

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