Autor: Álvaro Correa
La escultura de un león en
la plenitud de su vigor suele representar la magnificencia de un reino o la de
un personaje ilustre. Asombra, en contraste, que surja en la pared de una roca
en Lucerna, Suiza, la bella talla de un león moribundo.
El escultor danés Bertel
Thorvaldsen quiso conmemorar de esa manera la muerte de los mercenarios de la
Guardia Suiza que defendían la Casa Real Francesa durante los años turbulentos
de la Revolución.
La masacre ocurrió el 10
de agosto de 1792 ante el Palacio de Tullerías en París. El ánimo de toda Suiza
quedó profundamente conmocionado por el testimonio de los oficiales y jóvenes
soldados que afrontaron su destino con notas de heroísmo.
El león moribundo los
representa bajo la inscripción latina “Helvetiorum Fidei ac Virtuti”, es decir:
“A la lealtad y la valentía de los suizos”.
A los pies del león quedan
grabados en piedra los nombres de los 760 soldados cuyas cabezas fueron
expuestas en picas en las calles de la capital francesa.
Quizás por ello y no sin
razón, el escritor Mark Twain comentó que la escultura del león era “el trozo
de piedra más triste, conmovedor y contundente del mundo”.
Si algún día podemos
contemplarlo, ojalá nos motive para conseguir “la lealtad y la valentía” que
nos exija nuestra propia vida, tanto en sus detalles mínimos como en sus
decisiones cruciales.
De
hecho la vida de todo hombre ha de ser heroica por el amor y sacrificio que
implica.
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