2 de septiembre de 2019

El león moribundo

Autor: Álvaro Correa

La escultura de un león en la plenitud de su vigor suele representar la magnificencia de un reino o la de un personaje ilustre. Asombra, en contraste, que surja en la pared de una roca en Lucerna, Suiza, la bella talla de un león moribundo.

El escultor danés Bertel Thorvaldsen quiso conmemorar de esa manera la muerte de los mercenarios de la Guardia Suiza que defendían la Casa Real Francesa durante los años turbulentos de la Revolución.


La masacre ocurrió el 10 de agosto de 1792 ante el Palacio de Tullerías en París. El ánimo de toda Suiza quedó profundamente conmocionado por el testimonio de los oficiales y jóvenes soldados que afrontaron su destino con notas de heroísmo.

El león moribundo los representa bajo la inscripción latina “Helvetiorum Fidei ac Virtuti”, es decir: “A la lealtad y la valentía de los suizos”.

A los pies del león quedan grabados en piedra los nombres de los 760 soldados cuyas cabezas fueron expuestas en picas en las calles de la capital francesa.

Quizás por ello y no sin razón, el escritor Mark Twain comentó que la escultura del león era “el trozo de piedra más triste, conmovedor y contundente del mundo”.

Si algún día podemos contemplarlo, ojalá nos motive para conseguir “la lealtad y la valentía” que nos exija nuestra propia vida, tanto en sus detalles mínimos como en sus decisiones cruciales.

De hecho la vida de todo hombre ha de ser heroica por el amor y sacrificio que implica.

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