Autor: Fernando Pascual
El triunfalista dice: hemos
llegado a un cambio radical. No hay marcha atrás. El progreso ha decidido el
resultado. Los que no lo aceptan quedan superados. Los que lo comprenden
avanzan, victoriosos, con la historia.
El realista dice: estamos ante
cambios serios. No sabemos cuánto durarán. Tampoco hay elementos para reconocer
si vamos hacia lo mejor o hacia lo peor. La prudencia nos exige mantener los
ojos abiertos y observar los hechos.
Curiosamente, los
triunfalistas tienen mucho espacio y se expresan con seguridad sorprendente.
Incluso en ámbitos donde se esperaría un poco de sentido común, no faltan voces
que dicen que tal reforma o proceso son irreversibles.
Quienes tienen ese sentido
común que alababan autores como Chesterton saben que nunca una batalla cierra
un ciclo, ni una vacuna termina con las enfermedades, ni el nuevo aparato
electrónico decidirá para siempre nuestro futuro.
Porque basta un terremoto, un fanático
populista o un programa contra ciertos desarrollos técnicos, para que no solo "volvamos"
hacia atrás, sino que incluso la situación llegue a ser mucho peor que antes.
Por eso, resulta necesario
dejar de lado el lenguaje triunfalista. Lo seguirán usando (en eso parecen
inamovibles) los sofistas y los demagogos de nuestro tiempo como lo usaron en
tantos otros momentos del pasado. Pero esperamos que sus discursos llenos de
exaltación febril engañen a pocos.
En cambio, el lenguaje
realista merece ser acogido con gratitud y promovido por quienes honestamente
buscan apartarnos de ilusiones engañosas y mirar a la vida con todos sus
misterios y sus riquezas.
En esa vida concreta, hay
quienes toman decisiones equivocadas e inician procesos que dañan. Pero
existen, gracias a Dios, espacios para el arrepentimiento, que permiten
reconocer los propios errores y corregir la ruta cuando lo exija el bien común,
la justicia y, sobre todo, la caridad.
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