Autor: Fernando
Pascual
Francis Bacon afirmó, en los primeros años del siglo XVII, que el saber
es el mejor instrumento para ser poderosos y para avanzar hacia un progreso
ilimitado.
Para Aristóteles, en cambio, son más nobles y bellos aquellos saberes
que no están finalizados a otra cosa, que no son instrumentos para el poder ni
para el progreso. En otras palabras, Aristóteles pensaba que la teoría es mucho
más importante que la técnica.
En realidad, cada conocimiento puede tener un doble valor. Por un lado,
satisface nuestro insaciable deseo de saber. Por otro, ilumina y acompaña
nuestra voluntad, orienta las decisiones, permite caminar en la vida con
serenidad y sano realismo.
Si añadimos a lo anterior que el ser humano vive con otros, desde otros
y hacia otros, el saber puede llegar a ser, si hay un corazón bueno y
disponible, ocasión para servir a los que están a nuestro lado.
La orientación que damos a nuestros saberes depende en buena parte de
cada uno, por lo que resulta necesario un esfuerzo sincero de sana
introspección. ¿Qué busco a la hora de aprender algo nuevo? ¿Para qué uso los
conocimientos que he adquirido? ¿Qué lugar tienen los otros en mis decisiones?
Con buenas respuestas y con decisiones ponderadas podremos lograr que
nuestros estudios, títulos, lecturas e informaciones de todo tipo se conviertan
no en instrumentos de poder y de dominio, sino en auténticos instrumentos de
servicio, de condivisión, de apertura a los demás.
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