Autor: Fernando Pascual
Sí: es fácil quejarse, porque no hay nada perfecto en esta
vida.
El jefe de trabajo llegó tarde y estuvo de mal humor. La
niebla estropeó el día de paseo. El vecino de arriba regó demasiado sus plantas
y manchó nuestra ventana. La computadora se comporta últimamente de modo
extraño y no sabemos cómo solucionar sus nuevos problemas.
Surgen, entonces, quejas, quejas y más quejas. ¿No sería mejor vivir con una actitud más serena, propositiva, realista y esperanza al mismo tiempo?
Porque si el jefe está de malas, de nada me sirve dejarme
contagiar. Porque tras la niebla sigue el sol, y tal vez nos libramos de esas
quemaduras que dañan por días. Porque el vecino tiene, a pesar de todo, un
carácter simpático y sabe apreciar la belleza de las flores. Y porque la
computadora, a pesar de sus “achaques”, todavía ofrece óptimos servicios.
Por eso, ante lo que no podemos cambiar, vale la pena usar
una buena dosis de paciencia. Y ante lo que podemos cambiar, en vez de
quejarnos empezaremos a pensar en maneras concretas para ayudar, para ofrecer
propuestas, para construir puentes de relaciones significativas y cordiales.
El mundo ya está demasiado lleno de quienes se quejan sin
hacer casi nada. Hace falta una siembra de corazones abiertos a la vida, con
todos sus riesgos y bellezas, para construir horizontes de trabajo positivo,
para limpiar calles y paredes, para barrer las esquinas de la propia
habitación, y para ofrecer con tacto y, sobre todo, con cariño, un consejo a
quien lo necesita.
¿Resulta difícil dejar las quejas para pasar a las
propuestas? Ciertamente. Pero es con mucho lo mejor. Basta con empezar desde
ahora.
Entonces renunciaremos a palabras que dañan y no arreglan
nada, y optaremos por acciones sencillas, fáciles y más eficaces de lo que
imaginamos. Sobre todo, rezaremos a Dios para que nos dé mucha paciencia, y le
pediremos luz y fuerzas para construir un mundo más hermoso, más solidario y
más bueno.
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