Autor: Celso da Silva
Todos los seres humanos llevan en su corazón algún buen
deseo capaz de cambiar su vida y la vida de otros para bien.
Al mismo tiempo, nadie puede negar que en la vida surgen
obstáculos, problemas, a veces nos topamos con calles sin salida: la muerte de
un ser querido, una enfermedad que condiciona y limita, un contratiempo o un
accidente repentino.
Entonces se vuelve cierto lo que suelen decir: la vida es
dura y cruda. Y así nuestros buenos deseos parecen ser parpadeos de luciérnagas
en la oscuridad: al final no alumbran nada.
Los buenos deseos suelen escapar del corazón más o menos
así: “yo quisiera que… me gustaría que…”. Todos alguna vez decimos algo por
estilo y soñamos que tantas cosas podrán ser mejores si… por ejemplo, cesasen
de una vez para siempre los conflictos armados, que ya no se derramase sangre de
inocentes sobre esta tierra.
Deseamos tantas cosas así y sucede que terminado el
éxtasis del deseo, volvemos a la vida diaria y ya estamos armados hasta los
dientes para chismear, para criticar, para poner obstáculos al prójimo, para que
tropiece y se caiga. Cuántas veces fomentamos la indiferencia y la prisa sin
sentido delante de los límites naturales de los ancianos y de los enfermos.
Cuántas veces somos globos inflados de egoísmo y vanidad cuando alguien nos
corrige de buena gana o nos supera en el colegio y en el trabajo. ¿Es o no es
así? Sin embargo, todo esto no significa
que arrojamos al fuego nuestros buenos deseos, está claro que no es así.
Nuestro talón de Aquiles es que no deseamos lo que
tenemos que desear y, además, no deseamos lo que suele estar al alcance de la
mano. Entonces nos parecemos a vecinos quisquillosos que salen a la calle todos
los días y se quejan de tanta suciedad y basura tirada en las aceras, pero no
se arman de valor para tomar una escoba y comenzar a barrer la suciedad de la
propia casa.
Los buenos deseos ayudan y siempre tienen que ser
alimentados, pero no son suficientes para cambiar la vida. Dice Santa Teresa de
Jesús que en la vida es sumamente importante “una determinada determinación”
que saque a flote todos los buenos deseos que albergamos dentro de nosotros.
El hombre por naturaleza desea tantas cosas y, si tenemos
un poco de tino, percibimos que en todas las fases de la vida se manifiestan
los deseos de maneras distintas. El niño siempre es un soñador y sus sueños son
deseos frescos, que quizás aún no se configuran totalmente. Sueña con ser un
gran héroe, un bombero apagando bosques, un policía atrapando una pandilla
completa. Incluso escuché de un niño que su sueño era ser recogedor de basura;
veía a los basureros pasar todas las mañanas por su calle y casi se le
humedecían los ojos de emoción. Este es el color de los deseos de los niños,
sueños llenos de encanto, de gracia y de cariño.
Los jóvenes también sueñan, ¡por supuesto que sueñan!
Sueñan de noche sobre la almohada y durante el día alimentan los deseos que
poco a poco dejan de ser castillos en el aire para ir convirtiéndose en nombres
y apellidos: un novio o una novia específica, una universidad determinada, un
deporte, su película, su proyecto, etc. ¿Qué significa? Significa que viven el
periodo de nobles ideales, ansían el amor sin límites, se apasionan con
desafíos y aventuras a toda costa. El joven es protagonista de su vida y quiere
lucir en el palco de la juventud. Sintetizando, es un volcán de buenos deseos.
Y en último lugar, no menos notable, están los adultos y
los ancianos que son los que corren el peligro de amargar sus deseos, cuando
perciben que la vida ha corrido más deprisa que ellos y creen que sólo les
queda decir: “eso espero… ojalá… cómo lo quisiera…”. Cada etapa de la vida es
una puerta abierta para que nuestros deseos más íntimos sean realidad con una
“determinada determinación”.
Quiero rematar estas reflexiones recordando que, al fin y
al cabo, no está mal soñar y desear cosas buenas. Lo que es dañino es avanzar
por el camino de la vida sin tomar en consideración aquel elocuente refrán
español que dice: a Dios rogando y con el mazo dando. Hay que trabajar.
Víctor Hugo decía: “a nadie le faltan fuerzas (añado:
buenos deseos), lo que a muchos les falta es voluntad” (una determinada
determinación).
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