Autor: Celso Júlio da Silva
La vida cristiana es una lucha constante contra el pecado. El mismo
Jesucristo cargó voluntariamente con nuestro pecado para salvarnos. Por los
meritos de su preciosa sangre podemos entrar en el Paraíso.
Sin embargo, mientras vivimos, nunca estaremos exentos de pecado y, al
mismo tiempo, siempre podremos volver a los brazos del Padre para recibir su
perdón. Sabemos que existen pecados veniales y pecados mortales, pero lo que
quizás muchos aún no se dan cuenta es que existe también un pecado que
silenciosamente va oxidando la vida de los cristianos de hoy, y es el pecado
del “mañana”.
Cuentan que cierta vez san Agustín estaba predicando al aire libre y, de
repente, una bandada de cuervos se acercó al lugar y empezó con el barullo
ensordecedor de “cras, cras, cras…”. En latín, la palabra “cras” significa
“mañana”. Entonces San Agustín aprovechó esta luz del Espíritu Santo y comenzó
a predicar exhortando a los fieles reunidos a no olvidar la práctica cristiana
del amor y del bien hacia Dios y hacia el prójimo, no postergándolos para
mañana.
El demonio es astuto. Como un terrible cuervo, enemigo de nuestra alma, se
acerca todos los días para ensordecer nuestra alma con “cras, cras, cras” (¡mañana,
mañana, mañana!). Podemos amar hoy y lo dejamos para mañana. Hoy podemos
perdonar a nuestros enemigos y lo dejamos para mañana. Hoy podríamos realizar
un acto de amor cristiano hacia alguien enfermo o necesitado de ayuda y el
mañana corroe nuestro corazón. Hoy es el día para acercarnos a un sacerdote y
confesarnos, y dentro de nuestra alma damos oídos anchos a los cuervos que
gritan “cras” (mañana).
Infelizmente existen cristianos del “mañana” que, además, permiten, tal vez
inconscientemente, que el silencioso pecado del “mañana” oxide el camino de
santidad al que están llamados por Dios nuestro Señor.
Somos sembradores del amor de Dios y debemos sembrar hoy, no mañana, pues
el hoy de Dios está en nuestras manos como un regalo suyo para nosotros. El
mañana es incierto porque está en los designios insondables de Dios.
Cristo toca hoy la puerta de nuestro corazón. Ojalá le abramos de par en
par, rechazando las tentaciones del demonio, ese cuervo abominable que no se
cansa de sugerirnos el silencioso pecado del “mañana”. Abramos las puertas de
nuestro corazón a Cristo y, como acertadamente poetizó Lope de Vega, nunca le digamos
“mañana” para lo mismo decir “mañana”.
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