Autor: Laureano López
Fuente: Catholic.net
Algunos científicos actuales afirman que
la Iglesia Católica se opone al desarrollo científico, pero hay muchos hechos
que confirman lo contrario.
Muchos de los grandes avances
científicos que hoy disfrutamos son fruto de los estudios que se realizan en
las universidades. ¿Dónde surgieron las universidades? Basta dar una ojeada al
pasado para descubrir que el comienzo de las primeras universidades del mundo
surgió bajo el seno de la Iglesia. En ellas se estudiaba no sólo la filosofía y
teología sino muchas de las ciencias como la astronomía y las matemáticas. Más
tarde se desarrollarán los centros de estudios superiores en los campos laicos.
La Iglesia, desde el inicio, se ha preocupado por el desarrollo científico en
todos sus aspectos.
Pocas personas saben que la primera
asociación científica del mundo fue promovida por la Iglesia. La Pontificia
Academia de las Ciencias fue fundada en 1603 y en el 2003 cumple 400 años.
Quizá muchos de nosotros no sabíamos que Galileo Galilei (uno de los más
grandes científicos que revolucionaron la ciencia moderna con sus teorías
heliocéntricas) fue miembro de esta Academia de las Ciencias. Es más, gracias
al apoyo que recibió de ella pudo financiar la mayoría de sus obras
científicas. Otro gran ejemplo es el sacerdote católico belga, George Lemaître,
que propuso la teoría del Big-Bang (la gran explosión) como una posible
explicación del origen temporal del universo. Esta teoría, hoy en día, es
examinada con gran interés por los científicos por los recientes
descubrimientos acerca de un eco en el universo que podría ser el resultado de
esta gran explosión.
El interés que ha tenido la Iglesia por
los avances científicos se ha incrementado de manera notable desde el siglo
pasado. La ciencia está, cada vez más, al alcance de más personas y afecta
diariamente nuestras vidas. La Iglesia es consciente de ello y ha motivado a
buscar el mayor desarrollo científico para mejorar la vida de las personas. No
se puede oponer a la ciencia cuando ésta busca la verdad, pues el mismo Cristo
nos ha mandado que enseñemos la verdad al mundo entero. De esta necesidad de
buscar la verdad surge la Academia de las Ciencias. En ella trabajan
conjuntamente científicos de diversas naciones, sin distinciones de raza o
religión, con el único requisito de buscar la verdad. La ciencia se presenta
como un valor para la humanidad, que enriquece al hombre, cuando busca
descubrir la verdad por los medios lícitos y buenos.
La Pontificia Academia de las Ciencias
ha afrontado muchos de los problemas que afectan al mundo actual: el origen del
universo, el cáncer, el problema del agua, la ecología y el medio ambiente, el
uso de los recursos naturales, la energía, el problema del hambre en el mundo y
las nuevas técnicas para mejorar el cultivo de la tierra. También ha estudiado
los grandes interrogantes de la vida humana: investigaciones sobre el cerebro
del hombre, el problema de la muerte y los transplantes de órganos, el genoma
humano, etc.
Es interesante ver que los Papas,
especialmente desde Benedicto XV hasta Juan Pablo II, han apoyado mucho a la
Academia de las ciencias. Le han lanzado el desafío de dirigir, hoy más que
nunca, todos sus esfuerzos por crear una ciencia para la paz. La prioridad de
una ciencia por la paz se intensifica a partir de los descubrimientos del
miembro de la Academia de las Ciencias Max Planck (físico alemán que ha revolucionado
la física moderna que recibió el Premio Nobel de física en 1918) sobre la
teoría cuántica. Estos estudios se utilizaron para el desarrollo de la energía
atómica. Max Planck, amigo del Papa Pío XII, en 1943 mencionaba al Papa los
riesgos de la fusión atómica en la utilización de armas nucleares. Poco después
se verían los efectos devastadores de una ciencia utilizada para la guerra como
en el caso del uso de las bombas atómicas durante la segunda guerra mundial.
La Iglesia en la actualidad sigue promoviendo
todos los avances científicos que ayuden a promover la paz y a mejorar la
condición de vida de los hombres. La Pontificia Academia de las Ciencias sigue
investigando y promoviendo la ciencia en favor del hombre. La Iglesia no está,
de ningún modo, en contra de la ciencia que busca la verdad y respeta la
dignidad de la persona humana, sino que ve en ella un camino para un mejor
desarrollo del hombre y del mundo.
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