18 de enero de 2016

Tener certezas



Autor: Fernando Pascual

¿Es malo tener certezas, especialmente en temas religiosos, vivir seguros de las propias creencias? Si, además, uno es católico, ¿resulta correcto creer con firmeza en Dios Uno y Trino, en Cristo encarnado, en la Iglesia?

Para algunos, tener seguridades, vivir con certezas, es “peligroso”. Porque, dicen, sólo los dogmáticos, precisamente porque se consideran como poseedores de la verdad, empiezan guerras, promueven agresiones, desprecian a los diferentes, viven en la más profunda intolerancia, incluso llegan a convertirse en peligrosos terroristas.


Por contrapartida, y según estos críticos, las personas que viven envueltas en la duda, la inquietud, la incerteza, tienen los credenciales suficientes para tener mente abierta, para ser tolerantes, para convivir con respeto hacia los otros, para construir un mundo menos fundamentalista y más acogedor.

Estos planteamientos, sin embargo, se construyen sobre una autocontradicción insanable. Porque decir que los que tienen certezas son peligrosos y los que dudan son benefactores de la humanidad, implica ya tener una certeza que clasifica a los seres humanos en dos bandos: los “buenos” y los “malos”.

Desde luego, quien afirma lo anterior se coloca, firmemente, del lado de los buenos, mientras descalifica a los otros como malos, sin darse cuenta de que precisamente lo que critica de los malos (los que viven con certezas) es el “hecho” de que vean a los demás como inferiores, cuando también él se está colocando en una especie de pedestal desde el cual descalifica a los “adversarios”.

Más allá de esta paradoja, podemos abrir la mente y el corazón a otro modo de ver las cosas. Porque no es el hecho de tener o no tener certezas lo que convierte a unos en intolerantes peligrosos y a otros en buenos ciudadanos, sino que la diferencia entre unos y otros está precisamente en sus certezas.

En otras palabras, ser buenos o malos, ser constructores de paz o promotores de la violencia, depende siempre de certezas. Para el que cree en la justicia, en la dignidad de cada ser humano, en el valor de la verdad, en los derechos humanos, sus certezas se convierten en un estímulo para combatir el mal y para respetar a los otros, también cuando tienen ideas diferentes de las propias.

En cambio, quien no cree en nada, quien cierra el acceso, para sí mismo y para los demás, a verdades profundas y sanas sobre el hombre, sobre el mundo, sobre Dios, se coloca en arenas movedizas que impiden compromisos serios por el bien y la justicia, si es que no cae en la contradicción que vimos antes: llegar a la certeza de que es bueno vivir sin certezas...

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