Autor: Fernando Pascual
¿Es malo tener certezas,
especialmente en temas religiosos, vivir seguros de las propias creencias? Si,
además, uno es católico, ¿resulta correcto creer con firmeza en Dios Uno y
Trino, en Cristo encarnado, en la Iglesia?
Para algunos, tener
seguridades, vivir con certezas, es “peligroso”. Porque, dicen, sólo los
dogmáticos, precisamente porque se consideran como poseedores de la verdad,
empiezan guerras, promueven agresiones, desprecian a los diferentes, viven en
la más profunda intolerancia, incluso llegan a convertirse en peligrosos
terroristas.
Por contrapartida, y según
estos críticos, las personas que viven envueltas en la duda, la inquietud, la
incerteza, tienen los credenciales suficientes para tener mente abierta, para
ser tolerantes, para convivir con respeto hacia los otros, para construir un
mundo menos fundamentalista y más acogedor.
Estos planteamientos, sin
embargo, se construyen sobre una autocontradicción insanable. Porque decir que
los que tienen certezas son peligrosos y los que dudan son benefactores de la
humanidad, implica ya tener una certeza que clasifica a los seres humanos en
dos bandos: los “buenos” y los “malos”.
Desde luego, quien afirma lo
anterior se coloca, firmemente, del lado de los buenos, mientras descalifica a
los otros como malos, sin darse cuenta de que precisamente lo que critica de
los malos (los que viven con certezas) es el “hecho” de que vean a los demás
como inferiores, cuando también él se está colocando en una especie de pedestal
desde el cual descalifica a los “adversarios”.
Más allá de esta paradoja,
podemos abrir la mente y el corazón a otro modo de ver las cosas. Porque no es
el hecho de tener o no tener certezas lo que convierte a unos en intolerantes
peligrosos y a otros en buenos ciudadanos, sino que la diferencia entre unos y
otros está precisamente en sus certezas.
En otras palabras, ser buenos
o malos, ser constructores de paz o promotores de la violencia, depende siempre
de certezas. Para el que cree en la justicia, en la dignidad de cada ser
humano, en el valor de la verdad, en los derechos humanos, sus certezas se
convierten en un estímulo para combatir el mal y para respetar a los otros,
también cuando tienen ideas diferentes de las propias.
En cambio, quien no cree en
nada, quien cierra el acceso, para sí mismo y para los demás, a verdades
profundas y sanas sobre el hombre, sobre el mundo, sobre Dios, se coloca en
arenas movedizas que impiden compromisos serios por el bien y la justicia, si
es que no cae en la contradicción que vimos antes: llegar a la certeza de que
es bueno vivir sin certezas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario