Autor: Álvaro Correa
A veces nos falta el
aliento para llegar al final del día. ¡Qué fatiga! Tenemos días o largos
períodos de tiempo sobrecargados de deberes y tareas.
¿Verdad que, entonces, nos
alivia crear un paréntesis de serenidad? Esto sucedía también al líder inglés
Churchill, el cual se relajaba de maneras diversas, y entre ellas, con una
paleta de albañil y escribiendo o dictando libros.
En 1928 escribía a Stanley
Baldwin: “He pasado un mes magnífico construyendo una cabaña y dictando un
libro: 200 ladrillos y 2000 palabras al día”.
Un particular de esto
mismo era su convencimiento de que el trabajo de construcción se armonizaba con
otras actividades y concedía la paz necesaria para reflexionar sobre temas
acuciantes y delicados.
Esta era su experiencia
personal y nos alegramos de que haya encontrado un equilibrio para su vida que,
en verdad, fue sumamente intensa. ¿Y qué diremos de nosotros mismos? Quién más,
quién menos, todos sentimos el peso del trabajo, de las preocupaciones y de los
propios límites.
Nos ayudará encontrar
alguna actividad, por sencilla que sea, la cual tonifique un temperamento
agradable y equilibrado, la ponderación en nuestras decisiones, el temple para
sostener una superación continua e, incluso, que aporte un pellizco de sal a
nuestro buen humor.
A este respecto, Jesús,
palpando el cansancio de sus apóstoles, tuvo la delicadeza de invitarlos “a un
lugar solitario” para descansar un poco.
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