29 de abril de 2019

¿Por qué triunfan las simplificaciones?


Autor: Fernando Pascual

Resulta difícil comprender lo que es complicado, lo que tiene muchas partes, muchos mecanismos, muchas facetas. Resulta más fácil comprender lo sencillo, lo simple, lo uniforme.

Cuando queremos entender los comportamientos de los hombres, los hechos (grandes o pequeños) de la historia, el funcionamiento de las organizaciones sociales y políticas, resulta más fácil simplificar que ir a fondo sin dejar de lado la complejidad humana.


Por eso, una teoría como la marxista tuvo un éxito enorme en el pasado, y no deja de seducir a algunos corazones en el presente. Porque el marxismo presenta un hilo sencillo y diáfano para interpretar la realidad, ofrece unas pautas fáciles de comprender (no siempre fáciles de realizar) para elaborar proyectos futuros.

Por eso también ha habido dictadores que con pocas frases, con fórmulas más o menos mágicas, han encandilado a millones de personas, han engañado a los líderes culturales y sociales, han sometido a los militares y a los empresarios, han convertido sus estados en una máquina unitaria sometida en todo a los mandatos (sencillos, claros, pero no por ello menos peligrosos) del “líder”.

Por eso las sectas tienen una fuerza particular cuando las sociedades viven momentos de confusión. Porque para las personas que caminan en un mundo complejo y lleno de turbulencias, seguir a un jefe carismático, aceptar sin discusiones a un guía absoluto que simplifica los problemas y que tiene (dice tener) respuestas para todo, da una apariencia de seguridad y de paz que muchos corazones agradecen sinceramente, aunque la doctrina de la secta esté basada en mentiras grotescas o en mecanismos eficaces de dominio psicológico.

Pero la realidad es impertinente: las simplificaciones falsas se estrellan ante los hechos incontrastables. Cuando llega la hora dramática en la que se derrumba la mentira simplificadora, muchos sienten un extraño sentimiento de extravío: han perdido los parámetros con los que caminaban en la vida, sienten que sus “verdades” eran incompletas y engañosas.

Más allá de las simplificaciones, cada ser humano necesita abrir los ojos ante un mundo lleno de misterios y de sorpresas. No podemos dejarnos engañar por la simplificación materialista, ni por psicólogos que todo lo reducen al sexo, ni por sociólogos unilaterales, ni por economistas que parecen no entender nada fuera del dinero, ni por políticos que engañan con fórmulas mágicas y hermosas pero vacías de contenidos verdaderos.

Nuestro corazón está sediento de verdades: sobre uno mismo, sobre los otros, sobre las sociedades, sobre la historia, sobre la vida, sobre la muerte, sobre Dios.

Ir más allá de los clichés impuestos por la costumbre o por los manipuladores de turno cuesta, incluso puede llevarnos a situaciones desagradables. La imagen del Sócrates enemigo de la trivialidad y condenado a muerte no atrae a muchos, pero estimula a quienes necesitan aires limpios para salir de los límites de prejuicios simplificadores que dan seguridades falsas.

Sólo cuando dejamos la trinchera de lo trivial y reductivo podemos abrirnos a horizontes nuevos y a explicaciones más completas. Vislumbraremos entonces lo inmenso, abriremos los corazones al sentido más profundo del mundo y de la historia.

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