6 de mayo de 2019

Pensar y amar, amar y pensar


Autor: Álvaro Correa

La capacidad de pensar es, sin duda, un talento bajado del cielo para el hombre. Dios nos concedió este don espiritual por pura y divina amistad, por una inmensa benevolencia que escapa a nuestros límites.

Cada día hemos de darle gracias con un humilde y perseverante esfuerzo por lograr lo mejor de esta genial cualidad. A este respecto y tomando nota de la experiencia en las diversas etapas de nuestra vida, Albert Einstein decía que: “Cuando uno es joven los pensamientos se vuelven amor, con la edad el amor se vuelve pensamientos”.


El contraste suena delicioso porque echa mano no solamente de la mera capacidad intelectual del hombre, sino que refuerza el camino preferencial que tiene el amor que brota de su corazón.

A decir verdad amamos pensando y pensamos amando según un margen personal de madurez. Ahora bien, es cierto que en cierta franja de la juventud hacemos desembocar nuestros pensamientos en el delta de nuestros amores reales o ideales.

Bajo esa óptica los pensamientos se convierten en latidos de un corazón joven ante el horizonte abierto de su vida. Es, entonces, cuando las personas mayores aconsejan detenerse un poco a pensar…

Pero sucede que ese joven, a la vuelta de unas pocas décadas, siente que el amor acumulado en la vida ha madurado como un vino añejo y no encuentra mejor sendero que la reflexión sobre la propia experiencia proyectándola sobre el día de hoy con agudo sentido analítico.

Amamos y pensamos, pensamos y amamos mientras caminamos apretando la marcha hacia la meta final.

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