Autor: Bosco
Aguirre
En debates sobre
la eutanasia resulta fácil escuchar frases como esta: “una cosa es matar a las
personas, y otra distinta es ayudarles a morir cuando lo desean por motivos
razonables y serios”.
La frase es
sumamente ambigua y engaña a más de un incauto. ¿Cómo entender la fórmula
“ayudar a morir”? ¿De qué tipo de “ayuda” se trata?
Los defensores de
la eutanasia saben perfectamente bien qué están pidiendo con la fórmula “ayudar
a morir”. Quieren que sea lícito que algún médico, enfermera, familiar, amigo o
funcionario público, pueda provocar la muerte (esperamos que de forma indolora)
de un enfermo en fase terminal o de alguna persona sana que no es capaz de
suicidarse por sí misma y pide “ayuda” para dar el paso hacia la muerte.
En realidad, esta
“ayuda a morir” es, simplemente, matar. Porque hacer algo que provoca la
muerte, sea a escopetazos, sea con una inyección tóxica, sea con una bolsa de
plástico que provoca la asfixia, sea con privar de alimentos a un enfermo
inmovilizado, es siempre lo mismo: matar.
Necesitamos,
entonces, plantear las cosas con toda su crudeza y claridad. Discutir sobre la
eutanasia significa responder a esta pregunta: ¿puede un estado aprobar leyes
que permitan a algunas personas matar a otras?
Los defensores de
la eutanasia dirán que en tales leyes habrá indicaciones muy claras para evitar
cualquier abuso, con garantías y controles bien definidos. Según ellos, no
todos tendrían “derecho a la eutanasia”. La eutanasia sería sólo para quienes
la piden de modo lúcido y constante, para quienes tienen enfermedades
incurables y graves, para quienes sufren mucho. Sería aplicada bajo severos
estudios médicos, ante el juicio de dos o tres peritos, en las máximas
condiciones de higiene, con sistemas que eviten cualquier forma de dolor...
Pero todas esas
garantías y otras más que se puedan añadir no quitan el hecho duro y crudo:
aprobar la eutanasia es otorgar a algunos el permiso para matar a otros. A
otros que viven en el dolor, o la desesperación, o la soledad. A otros que podrían
no pedir la muerte si tuviesen a su lado más amigos y menos aparatos, más
caricias y menos burocracia, más calmantes bien dosificados y menos papeleo
para recibir las curas básicas que merece todo ser humano y, de modo especial,
todo enfermo.
No nos engañemos:
las leyes no puede dar permiso a unos para matar a otros. La eutanasia no es,
por lo tanto, ayuda para nadie, porque es imposible ofrecer ayuda a una persona
enferma o desesperada cuando hemos decidido acabar con su existencia. Aunque lo
hagamos con leyes aprobadas por mayorías parlamentarias que olvidan que la
democracia sólo es justa si respeta el derecho de todos. También de los
enfermos, que merecen ser respetados y asistidos desde el derecho fundamental
que está a la base de la convivencia humana: el derecho a la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario