Autor: Fernando Pascual
Hay personas que tienen una
fuerza interior que los lleva a presionar, a intrigar, a invadir, a avasallar,
a imponerse sobre los demás.
Se trata de personas que
tienen más o menos claros algunos objetivos. Quieren conseguir una meta, y
subordinan casi todos sus esfuerzos para alcanzarla.
A veces lo harán con métodos
más o menos aceptables, incluso buenos. Si escogen estrategias sanas, podrán
parecer pesadas o molestas, pero se mantienen dentro de unos límites adecuados,
pues sabrán reconocer que otros piensen de manera diversa, y aceptarán un modo
dialogante de confrontarse con el diferente.
Otras veces esas personas van
más allá de los límites propios de quien vive educadamente, hasta el extremo de
abusar de cualquier estrategia con tal de imponer su agenda, pasando por encima
de las normas mínimas de convivencia para aplastar a los que se opongan a sus
objetivos.
Por eso, si una personalidad
invasiva rompe los diques de la verdad, de la justicia, del respeto, puede
convertirse en una especie de monstruo carente de escrúpulos. Incluso en
ocasiones usará la calumnia, la difamación, la mentira, con tal de imponer sus
posiciones y desacreditar a cualquiera que pueda considerar como un obstáculo
para sus proyectos.
Es difícil convivir con una
personalidad patológicamente invasiva. Se requiere un tacto especial para no
dejarse absorber por sus insistencias, para no sucumbir ante sus provocaciones,
para no responder de modo inadecuado a sus tácticas maliciosas.
Junto a una buena dosis de
sangre fría, hay que saber individuar a este tipo de personalidades para no
dejarse amargar ante sus insistencias avasalladoras o ante sus estrategias
invasivas.
Es cierto que una
personalidad así puede dañar seriamente las relaciones dentro de una familia o
de otros grupos humanos, sobre todo si los demás intentan mantener su ritmo de
trabajo cotidiano mientras el “invasor” usa lo mejor de su tiempo y de sus
energías para tejer intrigas y para imponerse a cualquier precio.
Pero no hay que darse por
vencidos: desde el sentido común, con una adecuada firmeza para frenar las
presiones injustas de un hombre o de una mujer afectado por este tipo de
patologías, será posible al menos disminuir los daños y mantener la paz
interior. Entonces se tomarán aquellas decisiones preventivas que permitan la
armonía entre familiares y conocidos, de forma que queden “vacunados” ante el
peligro y conserven un modo sano de vivir sus relaciones interpersonales.
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