29 de junio de 2020

Personalidades patológicamente invasivas


Autor: Fernando Pascual

Hay personas que tienen una fuerza interior que los lleva a presionar, a intrigar, a invadir, a avasallar, a imponerse sobre los demás.

Se trata de personas que tienen más o menos claros algunos objetivos. Quieren conseguir una meta, y subordinan casi todos sus esfuerzos para alcanzarla.

A veces lo harán con métodos más o menos aceptables, incluso buenos. Si escogen estrategias sanas, podrán parecer pesadas o molestas, pero se mantienen dentro de unos límites adecuados, pues sabrán reconocer que otros piensen de manera diversa, y aceptarán un modo dialogante de confrontarse con el diferente.


Otras veces esas personas van más allá de los límites propios de quien vive educadamente, hasta el extremo de abusar de cualquier estrategia con tal de imponer su agenda, pasando por encima de las normas mínimas de convivencia para aplastar a los que se opongan a sus objetivos.

Por eso, si una personalidad invasiva rompe los diques de la verdad, de la justicia, del respeto, puede convertirse en una especie de monstruo carente de escrúpulos. Incluso en ocasiones usará la calumnia, la difamación, la mentira, con tal de imponer sus posiciones y desacreditar a cualquiera que pueda considerar como un obstáculo para sus proyectos.

Es difícil convivir con una personalidad patológicamente invasiva. Se requiere un tacto especial para no dejarse absorber por sus insistencias, para no sucumbir ante sus provocaciones, para no responder de modo inadecuado a sus tácticas maliciosas.

Junto a una buena dosis de sangre fría, hay que saber individuar a este tipo de personalidades para no dejarse amargar ante sus insistencias avasalladoras o ante sus estrategias invasivas.

Es cierto que una personalidad así puede dañar seriamente las relaciones dentro de una familia o de otros grupos humanos, sobre todo si los demás intentan mantener su ritmo de trabajo cotidiano mientras el “invasor” usa lo mejor de su tiempo y de sus energías para tejer intrigas y para imponerse a cualquier precio.

Pero no hay que darse por vencidos: desde el sentido común, con una adecuada firmeza para frenar las presiones injustas de un hombre o de una mujer afectado por este tipo de patologías, será posible al menos disminuir los daños y mantener la paz interior. Entonces se tomarán aquellas decisiones preventivas que permitan la armonía entre familiares y conocidos, de forma que queden “vacunados” ante el peligro y conserven un modo sano de vivir sus relaciones interpersonales.

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