Autor: Fernando Pascual
Cada ser humano escoge su camino. Las opciones escriben su historia y llegan a la vida de quienes viven cerca o lejos.
Escoger
es posible gracias al gran don de la voluntad. Una voluntad que, a veces, queda
debilitada por las pasiones y los pecados. Una voluntad que puede ser curada
por el amor de Dios.
Desde la voluntad bien orientada, somos capaces de escoger el bien, de defender la justicia, de pedir perdón y perdonar, de derribar muros y construir puentes.
En
cambio, una voluntad esclava de las pasiones y cegada por ideas falsas lleva a
la injusticia, a la ira, al egoísmo, al daño que tiñe de rojo tantas páginas de
la historia humana.
Por
eso resulta urgente una formación en la que la voluntad quede iluminada por la
verdad, aprenda a dejar de lado pasiones deshonestas, se fortifique en la
realización del bien.
El
pecado, por desgracia, hiere a la voluntad, precisamente porque cada pecado se
produce desde opciones libres y responsables.
Pero
el pecado no puede destruir ese don magnífico de la voluntad: tras la caída,
resulta posible abrirse a Dios, reconocer la propia culpa y dar un paso
decidido hacia el arrepentimiento.
Santa
Catalina de Siena, en su “Diálogo”, explica que en el pecador sigue viva la
voluntad libre, y por eso basta que implore el favor de Dios para conseguirlo.
Además,
explicaba la santa, el creyente no debe temer al demonio, pues Dios nos ha
fortalecido desde la Sangre de su Hijo.
La
máxima plenitud de la voluntad está en el amor, que nos une a Dios y nos pone
al servicio de los hermanos. Entonces es posible llegar al gesto heroico de una
entrega total, como la de Cristo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida
por sus amigos” (Jn 15,13).
El
don magnífico de la voluntad se convierte, así, en una llave recibida de Dios
que nos permite avanzar, cada día, hacia la casa del Padre, en la que solo
entran quienes, libremente, saben acoger la misericordia y viven desde el amor
y para el amor.
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