Autor:
Fernando Pascual
No hay
peor trampa que la de los aplausos que anestesian, que impiden ver los propios
defectos, que halagan la vanidad, que domestican los proyectos de urgentes
reformas.
Sí:
hay aplausos que anestesian. Aplausos que vienen del propio corazón, cuando uno
se engaña al pensar que está muy bien cuando en realidad está mucho más mal de
lo que se imagina. O cuando uno ve resultados que le halagan y no se da cuenta
de los muchos errores que comete al actuar, al hablar o al pensar.