Autor: Max Silva Abbott
Hace algunas semanas, un juez
australiano generó una notable polémica al declarar, en un juicio sobre el
particular, que el incesto no debiera ser tabú.
De hecho, ha ido más lejos, al señalar
no sólo que si existe consentimiento de las partes, el incesto no debiera estar
prohibido, sino además, que una de las causas de su repudio, cual es el nacimiento
de hijos con posibles taras fruto del parentesco de los progenitores, es un
problema actualmente superado, gracias a los anticonceptivos y al aborto. Por
eso llamaba a tener una mirada más abierta y tolerante respecto de la
sexualidad.
Si bien estas declaraciones resultan muy
duras (en efecto, produce bastante más que incomodidad imaginar relaciones
sexuales entre hermanos o entre padres e hijos), si se mira con atención la
evolución de buena parte de la mentalidad occidental respecto del sexo, estos
dichos no debieran sorprender. Ello, porque a fin de cuentas, uno de los
criterios fundamentales que se está imponiendo desde esta perspectiva para
legitimarlo todo es el deseo, o si se prefiere, el consentimiento de los
involucrados.
Dicho desde otro ángulo complementario:
si junto al deseo, un parámetro esencial para muchos es el placer que la
sexualidad produce, y a esto se añade además que se ha hecho lo imposible por
desacreditar al matrimonio (al menos el heterosexual) y a la procreación como
su función primordial, a la postre, todo lo que en este ámbito produzca placer
tenderá a ser legitimado, por muy repulsivo o chocante pueda parecer a
terceros, puesto que en un mundo de puras subjetividades y emociones
personales, todo vale.
Es por eso que pese a la airada reacción
de las autoridades del país, no sería raro que tal como van las cosas, también
haya quienes consideren, en algunas décadas más, que la prohibición del incesto
sea un primitivismo, una reliquia del pasado o una pieza de museo.
De hecho –y al día de hoy–, incluso que
el sexo “legítimo” sea sólo entre dos también es un tema que ha comenzado a
molestar en algunos sectores. Sabido es que en Canadá se intentó legitimar un
“matrimonio” entre tres (dos de un sexo y uno del opuesto), además de otros
intentos por legalizar la poligamia. Incluso, y ahondando más en esta cuestión,
no deja de ser inquietante que en varios países se hagan esfuerzos realmente
desesperados por rebajar cada vez más la edad de consentimiento sexual.
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