Autor: Adolfo Güémez
El siquiatra Viktor
Frankl pasó durante la II Guerra Mundial algunos años de su vida recluido en
varios campos de concentración, incluidos los tan temidos Auschwitz y Dachau.
Al salir, en 1945,
escribió su famoso libro El hombre en busca de sentido, donde detalla,
desde su perspectiva de siquiatra, las penosas situaciones que un prisionero
tenía que vivir en dichos campos.
En él defiende que el
hombre no siempre puede escoger sus circunstancias, pero nadie le puede quitar
su última libertad: la de escoger cómo reaccionar ante lo que le pasa.
«A un hombre le pueden
robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la
elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la
elección del propio camino.»
Es importante saber que
gran parte del crecimiento personal dependerá de cómo reaccionamos ante las
dificultades de la vida. Muchas de ellas no son consecuencia de ninguna de mis
decisiones. Simplemente un buen día, me encontré ahí, frente a tal o cual
persona que me hizo sufrir sin yo merecerlo.
De esa manera, mi vida
se va llenando de cicatrices, de heridas, que yo no quiero, que yo no busqué y
que no me merezco. Pero ya están ahí. Y ahora me toca lidiar con ellas. Porque
muchas de ellas aún no han cerrado, y corren el riesgo de infectarse.
Frankl está convencido
de que el hombre posee un incalculable poder para desafiar y luchar contra las
peores circunstancias que quepa imaginar, así como contra sus consecuencias.
Nada ni nadie lo puede doblegar. Ni la misma muerte. Basta una simple
condición: que exista un propósito, un sentido en su vida.
Durante la Segunda
Guerra mundial, en Francia se organizó una resistencia al dominio Nazi. Era realmente
una acción desesperada que tenía, humanamente, muy pocas esperanzas de
prevalecer. Pero la gente que se involucró lo hizo porque estaba convencida de
que valía la pena. Y es que cuando se tiene un ideal, un porqué, siempre
se encuentra el cómo.
Las dificultades, tarde
o temprano, pasan. Pero lo que no pasa es la manera en que reaccionamos ante
ellas. Eso se queda en nosotros. Es la herencia de lo que vivimos. Porque cada
acción nuestra va formando maneras de actuar, hábitos de vida.
Es, por llamarlo de
alguna manera, como un surco que vamos abriendo, y en donde podemos sembrar
semillas de felicidad o de tristeza.
Un campo sembrado sin
un orden no dará tanto fruto. En cambio, cuando existe ese orden, se
aprovechará al máximo. Una vida llena de obras buenas, pero sin un sentido,
también te puede dejar vacío.
Tenemos que ser
conscientes de que en esta vida no podemos evitar del todo el fracaso, el
dolor. Ese no es el punto. Lo esencial aquí es que, se sufra o se goce, todo
esto tenga un sentido fuerte y unificador. De tal manera que, el único
verdadero fracaso, es el de desistir de los ideales forjados, propuestos y
elegidos.
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