28 de marzo de 2016

La narración de nuestra vida



Autor: Álvaro Correa

Nos estimula conocer personas que viven en plenitud cada minuto de sus días. Parecen relojes suizos cumpliendo sus agendas y, sin embargo, nadie mejor que ellas son disponibles para cualquier eventualidad.

Sus descansos son claramente una pausa para recomenzar con mayor brío. El “no tengo nada que hacer” les suena a herejía, pues brilla ante sus ojos el destino eterno de sus vidas y, por consiguiente, no se permiten la omisión de huecos irresponsables en el aprovechamiento del tiempo, y no de manera alocada, sino sobre un binario bien madurado y definido.


En este sentido, Séneca nos recuerda que “la vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien narrada”.

Es verdad, porque la cantidad no equivale a la calidad; tanto menos si hablamos de nuestra forma de vivir. Ojalá que el “relato” o la “leyenda” de nuestra vida sea dignamente narrada, al menos en alguna buena parte, pues, ¿qué vida no tiene sus errores leves y grietas hondas?

La buena narración de la vida no significa -¡ojalá pudiese ser así!- recrear un perfil angelical. Somos hombres y nos pesa el barro; dejamos manchas al caminar. La narración que a Dios gusta es que su gracia santificante se mezcle con ese barro humilde de nuestra humanidad.

A una persona de este talente se le atribuye la siguiente sentencia “Consummatus in brevi explevit tempora multa” (Sab 4,13) (consumado en breve, llenó mucho tiempo). Séneca diría que la leyenda de su vida fue bien narrada, aunque haya sido breve…

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