Autor: Álvaro Correa
Nos estimula conocer personas que viven
en plenitud cada minuto de sus días. Parecen relojes suizos cumpliendo sus
agendas y, sin embargo, nadie mejor que ellas son disponibles para cualquier
eventualidad.
Sus descansos son claramente una pausa
para recomenzar con mayor brío. El “no tengo nada que hacer” les suena a
herejía, pues brilla ante sus ojos el destino eterno de sus vidas y, por
consiguiente, no se permiten la omisión de huecos irresponsables en el
aprovechamiento del tiempo, y no de manera alocada, sino sobre un binario bien
madurado y definido.
En este sentido, Séneca nos recuerda que
“la vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien
narrada”.
Es verdad, porque la cantidad no
equivale a la calidad; tanto menos si hablamos de nuestra forma de vivir. Ojalá
que el “relato” o la “leyenda” de nuestra vida sea dignamente narrada, al menos
en alguna buena parte, pues, ¿qué vida no tiene sus errores leves y grietas
hondas?
La buena narración de la vida no
significa -¡ojalá pudiese ser así!- recrear un perfil angelical. Somos hombres
y nos pesa el barro; dejamos manchas al caminar. La narración que a Dios gusta
es que su gracia santificante se mezcle con ese barro humilde de nuestra
humanidad.
A una persona de este talente se le atribuye
la siguiente sentencia “Consummatus in brevi explevit tempora multa” (Sab 4,13)
(consumado en breve, llenó mucho tiempo). Séneca diría que la leyenda de su
vida fue bien narrada, aunque haya sido breve…
No hay comentarios:
Publicar un comentario