22 de agosto de 2016

Catedrales góticas



Autor: Álvaro Correa

Contemplar la silueta solemne de una catedral, rematada por sus torres y pináculos, es un deleite. El alma se emociona y encoge al entrar en su interior a través de las puertas abocinadas.

El rosetón y las vidrieras tamizan la luz que ilumina las naves destacando el armónico tejido de sus nervios en las bóvedas de crucería.

Todo es elevación y luminosidad en ese juego arquitectónico que recoge el anhelo de ascender hasta Dios.


En este contexto resuena muy bien la siguiente expresión de Chesterton: “Cristo profetizó el arte gótico, cuando dijo: «Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras»”.

En efecto, las catedrales góticas están construidas con piedras que hablan y que cantan las maravillas del espíritu, propiciando el recogimiento para la oración.

Las catedrales suelen ser un orgullo para las ciudades pero, sobre todo, un testigo fiel de la fuerza de la fe, pues es la casa de los fieles de generación en generación.

Es como un cofre de santidad que va pasando de padres a hijos como invitación y compromiso para conservar el don de la filiación divina recibida en el santo Bautismo.

Alguien dijo que “la fe mueve montanas y también levanta catedrales”. Su buena razón lleva.

No hay comentarios: