Autor: Fernando
Pascual
Se cumplen diez años
desde que Benedicto XVI pronunciase un discurso profundo y estimulante. El Papa
hablaba a la comunidad universitaria, en la ciudad de Ratisbona, el 12 de
septiembre de 2006, en el contexto de su segundo viaje a Alemania.
Sus palabras fueron
una reflexión sobre la importancia de unir fe y razón como camino irrenunciable
para el diálogo entre las culturas y las religiones.
A la vez, el Papa
quería mostrar la necesidad de un rechazo firme y categórico al uso de la
violencia como camino para imponer la propia religión. Porque la razón del
hombre que se dispone a creer trabaja desde la libertad. En un clima de
libertad, es posible adherirse de modo digno y responsable a un credo
religioso, no desde el miedo provocado por quienes desean subyugar a los demás
desde el miedo y las amenazas.
Benedicto XVI
recurrió a la lectura de parte de un texto del emperador bizantino Manuel II
Paleólogo (que vivió aproximadamente entre los años 1348-1425). Al inicio del
texto citado, Manuel II ofrecía un duro ataque a la religión islámica. Pero
luego el emperador bizantino añadía una reflexión que era la que más interesaba
al Papa. El texto decía lo siguiente:
«Dios no goza con
la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe
es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra
persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar
correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas. Para convencer a
un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para
golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una
persona».
“La afirmación
decisiva -explicaba el Papa- en esta argumentación contra la conversión
mediante la violencia es: «no actuar según la razón es contrario a la
naturaleza de Dios»“.
Por motivos
diversos, como bien recordamos, algunos interpretaron las palabras de Benedicto
XVI como una injuria hacia la religión musulmana, lo cual no correspondía a la
verdad.
En la audiencia
general del miércoles 20 de septiembre de 2006, Benedicto XVI quiso aclarar el
sentido de su discurso con estas palabras: “Por desgracia esta cita ha podido
dar pie a un malentendido. Para el lector atento a mi texto queda claro que no
quería en ningún momento hacer mías las palabras negativas pronunciadas por el
emperador medieval en este diálogo y que su contenido polémico no expresa mi
convicción personal. Mi intención era muy diferente: basándome en lo que Manuel
II afirma después de forma muy positiva, con palabras muy hermosas, acerca de
la racionalidad en la transmisión de la fe, quería explicar que la religión no
va unida a la violencia, sino a la razón”.
El Papa volvió a
recordar la importancia de relacionar fe y razón en el discurso dirigido a la
curia romana con motivo de la Navidad, el 22 de diciembre de 2006. “La fe en el
Dios que es en persona la Razón creadora del universo debe ser acogida por la
ciencia de modo nuevo como un desafío y una oportunidad. Recíprocamente, esta
fe debe reconocer nuevamente su intrínseca amplitud y su propia racionalidad.
La razón necesita el Logos que está en el inicio y es nuestra luz; la fe, por
su parte, necesita el coloquio con la razón moderna para darse cuenta de su
propia grandeza y corresponder a sus responsabilidades. Esto es lo que traté de
poner de relieve en mi lección magistral en Ratisbona. No es una cuestión
puramente académica; en ella está en juego el futuro de todos nosotros”.
Benedicto XVI subrayaba
así el diálogo que debe existir entre fe y razón, y excluía la violencia como
camino contrario a la racionalidad. Los temas religiosos no pueden imponerse de
modo violento. En ellos es necesario respetar lo que es propio de la razón.
Cualquier religión
que sea digna del ser humano ha de excluir tajantemente la violencia como
instrumento de imposición. Nunca será correcto, en nombre de Dios y en nombre
de las creencias personales, insultar, marginar, despreciar o incluso eliminar
vidas humanas.
Si algunos dicen
basarse en ideas religiosas para promover el odio o la violencia sobre
inocentes es que o tales personas no conocen verdaderamente la religión que
dicen defender, o es que en su religión existen elementos que han de ser
purificados y eliminados por ser contrarios al respeto que merece cualquier ser
humano, por ser contrarios a la misma razón.
Todos los hombres y
mujeres de buena voluntad, de cualquier religión o creencia, estamos llamados a
dar una respuesta a las agresiones y a la violencia: el compromiso por trabajar
en formas de diálogo basadas en el respeto. Será el mejor modo de marginar a
grupos violentos que promueven ideas intolerantes y actitudes asesinas. Será la
mejor manera de colaborar para que el mundo globalizado empiece a asumir
ideales de justicia, respeto y paz que nos permitan convivir a todos en un
mismo planeta, bajo la mirada de un Dios que es Dios de paz y de concordia. Sea
la mejor manera de recordar el discurso de Benedicto XVI, hace diez años, en Ratisbona.
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