Autor: Álvaro Correa
Conforme nos acercamos al final de un
año, empiezan a saltar estadísticas de los eventos jubilosos que iluminaron
nuestras plazas, como también de aquellos tristes que opacaron nuestras ganas
de vivir. Unos y otros han quedado escritos en el voluminoso libro de la
historia.
Y bien, sólo Dios sabe cuántas personas
han partido este año -y todos los anteriores- hacia para la patria eterna. El
hecho es que llegamos al mundo desnudos y desnudos lo dejaremos.
¿A qué viene esto? Es simplemente una
reflexión que parte de una lista curiosa en la que se recogen los nombres de
las celebridades que murieron en este año y que siguen generando ingresos
millonarios por la venta de sus discos o libros, de sus dibujos o marcas
registradas, etc.
No mencionaremos a estos ilustres
difuntos por respeto y porque a ellos ya no interesa para nada ese dinero. Como
diría el poeta Horacio: “Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas
regumque turres” (La pálida muerte hiere con el mismo pie las tabernas de los
pobres y las torres de los reyes).
Es verdad que mientras estamos en este
mundo necesitamos de medios para subsistir y para ayudar a nuestro prójimo.
Ahora bien, el satisfacer nuestras necesidades desemboca con frecuencia en
acumular bienes en demasía. Los platillos de la balanza no encuentran un
adecuado equilibrio.
Nos ayude la meditación de nuestro
destino final para ganar en caridad y desprendimiento. Recemos con el salmista:
“Enséñanos, Señor, a contar nuestros días para que nuestro corazón adquiera
sabiduría” (Sal 90, 12).
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