Autor: Fernando Pascual
Después de un día de calor asfixiante, alguno exclama: ¡es culpa de la
contaminación! Cuando un niño empieza a sentir dolor de la garganta, la mamá
cree que se trata del inicio de una gripe. Si se produce un terremoto cerca de
mi casa, tal vez alguno diga que es culpa del agujero del ozono. Y si una
empresa se declara en bancarrota, no pocos pensarán que la culpa de este
fracaso está en la globalización.
Los hombres somos así: queremos encontrar la explicación de lo que
vemos o padecemos, y muchas veces recurrimos a tópicos o causas simples,
sencillas, de uso común: a palabras mágicas, a ideas conocidas. Pero también,
en otras ocasiones, nos damos cuenta de que las cosas no son tan sencillas, y
de que la “palabra mágica” no da con la verdadera causa de un problema.
El calor puede ser debido, simplemente, a un cambio de vientos,
repetido cientos de veces a lo largo de los últimos siglos sin que nadie nos
haya dicho que esto puede volver a ocurrir de nuevo. El niño con dolor de
garganta quizá tiene un problema incipiente de alergia, y estamos empezando la
primavera... Sobre el temblor de la tierra, lo más probable es que se deba a
los movimientos normales de las placas de nuestro planeta, o quizá sea un
preaviso del nacimiento de un nuevo volcán: el agujero de ozono no es el
responsable de todos nuestros males y desgracias... Y quizá el fracaso de la
empresa que conocemos sea el resultado de una mala gestión económica y de la
acción de algún usurero que puso la cuerda al cuello a un propietario
ingenuo...
Conviene no olvidar dos hechos muy humanos. El primero: aunque muy
pocos llegan a conocer, a fondo, el porqué profundo de todo lo que pasa a
nuestro alrededor, muchos se atreven a hablar sin conocimiento de causa para
ofrecer explicaciones que parecen verdaderas y que satisfacen ese deseo que
todos tenemos de ofrecer nuestra opinión sobre los temas más variados.
Lo más normal en esos casos es recurrir a los tópicos, a lo que
aparentemente podría ser explicación, sin que, en realidad, lleguemos a saber
el fondo del problema. Pero actuar así implica faltar a la prudencia.
Sería bueno aprender de algunos especialistas, como los médicos, que
reconocen el carácter probable, incierto, aproximativo, de sus análisis y diagnósticos.
Si un especialista declara que se puede equivocar, es mucho más frecuente el
error en quienes juzgan (juzgamos) con muy pocos datos en la mano. La prudencia
a la hora de hablar vale, por lo tanto, para todos.
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