Autor: Navegando entre ideas
Año 1518. Lutero ha levantado un fuerte debate. En agosto de 1518
prepara un texto con el título “Resolutiones disputationum de indulgentiarum
virtude”, y lo dedica “al Beatísimo
Padre León X, pontífice máximo”.
Vale la pena leer las cláusulas de este texto de dedicatoria, que
contrasta con lo que luego, con el pasar de los años, dirá Lutero sobre el
Papa. En las mismas, Lutero escribe:
“Una cosa pésima, Beatísimo Padre, he oído de mí, por la que entiendo
que ciertos amigos han hecho que mi nombre huela fétidamente ante ti y los
tuyos, como si yo hubiera intentado amenguar la autoridad y la potestad de las
llaves del sumo pontífice. Por eso me acusan de hereje, apóstata, pérfido y
otros mil apelativos e ignominias. Llénanse de horror los oídos, y de estupor
los ojos.
No hace mucho que empezó a predicarse entre nosotros el jubileo de las
indulgencias apostólicas con tanto éxito, que sus predicadores, aterrorizando a
la gente con tu nombre y pensando que todo les era lícito, osaban enseñar las
cosas más impias y heréticas, con gravísimo escándalo y ludibrio de la potestad
eclesiástica, como si las decretales que condenan los abusos de los cuestores
no les tocasen a ellos. Yo confieso que, movido por el celo de Cristo, según me
parecía, o tal vez por el ardor juvenil que me abrasaba viendo que no estaba en
mi mano hacer o decidir nada en aquel asunto, avisé privadamente a algunos
prelados eclesiásticos. Por fin publiqué una hoja disputatoria, invitando sólo
a los más doctos que quisieran disputar conmigo. Este es el incendio que ha
abrasado al mundo entero, según ellos se quejan, quizá porque llevan a mal que
yo solo, maestro de teología por tu apostólica autoridad, tengo derecho a
disputa, conforme a la costumbre de todas las universidades y de toda la
Iglesia, no solamente sobre las indulgencias, sino también sobre la potestad,
la remisión, la gracia divina, cosas incomparablemente mayores.
Ahora, ¿qué haré con mis tesis? Retirarlas no puedo, y veo que su
divulgación suscita una espantosa odiosidad contra mí. Así que, para calmar a
mis adversarios y para satisfacer al deseo de otros muchos, doy a luz estas mis
fruslerías explicatorias de mis disputas; y para hacerlo con más seguridad las
pongo bajo el escudo de tu nombre y la sombra de tu protección, Beatísimo,
Padre, por donde entenderán todos los que quieran cuán pura e ingenuamente
acudo a la autoridad eclesiástica y venero el poder de las llaves.
Por lo cual, Beatísimo Padre, postrado a los pies de tu Beatitud, me
ofrezco con todo cuanto soy y poseo. Vivifica, mata, llama, revoca, aprueba,
reprueba; como te plazca; en tu voz reconoceré la voz de Cristo, que en ti
preside y por ti habla. Si merecí la muerte, no rehúso el morir” (citado en
Ricardo García-Villoslada, Martín Lutero.
I. El fraile hambriento de Dios, BAC, Madrid 1976, 2 ed., p. 369).
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