Autor: Max Silva Abbott
El tema de los derechos humanos se ha hecho tan común y popular, que
actualmente casi no hay materia que no haya sido tocada por ellos, de modo que
hoy prácticamente se tiene derecho a todo: a la paz, al desarrollo, a la
felicidad…
Sin embargo, al margen del clásico problema de quién o quiénes serían los
obligados a satisfacer tan agradables demandas, todo lo cual hace que en el
fondo muchos de estos “derechos” no pasen de ser meras ilusiones o buenas
intenciones, un aspecto de no poca importancia es la mentalidad que produce una
situación semejante.
En efecto, actualmente es posible observar cómo muchos sectores parten de
la premisa según la cual “alguien” (generalmente el Estado, que para muchos se
ha transformado en el dador de todo) les debe algo, y casi dan por descontado
que contarán con eso que reclaman. Sin embargo, como generalmente no es posible
realizarlos o en caso de serlo, sólo se logra de manera parcial (sencillamente
porque los recursos son escasos), el sector en cuestión se siente profundamente
ofendido, incluso pasado a llevar de manera grave y si puede, reclama y arma el
mayor jaleo posible para obtener sus supuestos derechos.
Estamos hablando sobre todo de varios derechos económicos, sociales y
culturales (educación, salud, vivienda, etc.), no de los individuales (vida,
libertad de conciencia, de asociación, propiedad, etc.), que le pertenecen al
sujeto per se y deben ser respetados por todos. Es decir, de aquellos derechos
que exigen una acción positiva y recursos del Estado. Lo anterior, no porque no
puedan tenerse en muchos casos, sino como se ha dicho, porque al necesitar
recursos siempre escasos, es imposible cumplirlos de manera íntegra.
Sin embargo y según señalábamos, un grave problema actual es que en varios
sectores ya se ha instalado la idea según la cual, estos derechos son tan
evidentes y exigibles como los individuales, lo cual al no ser posible por la
razón señalada, genera frustración y descontento, y en no pocos casos una
preocupante agitación social.
Se insiste en que lo grave no es que se luche por lograr estos derechos
dentro de lo posible y con una perspectiva realista, sino pretender que su
cumplimiento resulta evidente y que se dé por descontado. O si se prefiere, no
deja de llamar la atención que muchos se sientan con un derecho absoluto a un
conjunto de cosas que durante toda la historia de la humanidad, han tenido que
ganarse a pulso, con el sudor de la frente. Por eso podría decirse que estas
personas casi creen vivir en una especie de “paraíso de los derechos”, en que
no tienen que mover un dedo –salvo para exigirlos, por cierto– para que casi
por arte de magia les sean concedidos.
¿Habremos descubierto la panacea? ¿Será todo tan fácil?
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