Autor:
Fernando Pascual
Un
mito puede exaltar a un personaje hasta convertirlo en una especie de ídolo, o
denigrarlo como si fuese un peligro para los demás.
Escritores
y oradores lo alaban por su inteligencia, su fuerza, su oratoria, sus
conquistas, sus luchas, sus aventuras, sus victorias, su fama, su permanencia
en el poder.
Otros,
no faltan enemigos, lo vituperan, lo denigran, lo rechazan, lo condenan por sus
errores, sus fracasos, sus injusticias, sus violencias.
Dicen
que la historia hará su juicio. La historia, sin embargo, no existe como
entidad abstracta. Hay historiadores. Muchos de ellos no consiguen acceder de
modo adecuado a los documentos. Otros, por desgracia, están heridos por
prejuicios ideológicos.
Más
allá de los veredictos de los historiadores y de las opiniones a favor o en
contra formuladas por la gente, el personaje mítico tiene una conciencia y debe
responder ante el único Juez imparcial: Dios.
Porque
solo ante el Juez definitivo, ante quien conoce los pensamientos de los
corazones, se llega a sentencias basadas no en impresiones ni en engaños, sino
en la verdad completa y definitiva.
Ríos
de comentarios giran sobre un personaje mítico. Un día descubriremos quiénes
estaban más cerca de la verdad, y quiénes se dejaron llevar por la fascinación,
o por sentimientos e intereses arbitrarios y dañinos.
Solo a la hora de la muerte el
personaje mítico llegará al juicio que lo decide todo. Quien haya vivido
honestamente y según el amor, alcanzará una corona eterna. Quien haya caído
bajo el pecado y la injusticia, podrá ser salvado solo si se humilla e invoca
la misericordia divina...
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