Autor:
Fernando Pascual
Las
palabras reflejan modos de entender la realidad. Hablar de “separación” de un
territorio respecto de una realidad más grande, supone imaginar que la realidad
mayor subsistiría sin ese territorio que empezaría una existencia autónoma.
Pero
si la separación implica destruir una realidad histórica que ha existido
durante siglos y que ya no sobreviviría tras el desgaje de ese territorio,
entonces no hay que hablar de separación, sino de destrucción.
¿Cuál
sería el resultado de la destrucción? Dejaría de existir algo y empezarían a
existir dos nuevas realidades. Habría terminado un proyecto de convivencia, un
camino común en la historia, una realidad política que hermanaba a las
personas, para dejar paso a dos proyectos independientes.
En
ciertos lugares del planeta hay grupos que buscan conquistar la independencia.
Trabajan tenazmente por “separarse” de otras regiones u zonas geográficas. En
muchos casos, pretenden terminar, destruir, una convivencia.
Este
tipo de situaciones puede darse desde perspectivas egoístas, con actitudes de
odio y desprecio hacia los otros, con sueños no muy claros de un futuro mejor
en solitario. Otras veces se concluye un proceso que ha llevado a unos y a
otros a destruir una convivencia que permitía compartir metas, entre penas y
alegrías propias de toda historia humana.
Analizar
cada situación no resulta fácil, sobre todo cuando toneladas de propaganda
impiden un pensamiento sereno, una mirada correcta hacia el pasado y el
presente, y una disposición a la escucha del otro. Pero es bueno no manipular
las palabras y saber distinguir entre lo que sería una independencia que separa
y una independencia que destruye.
Más
allá de esos procesos disgregadores, hay pueblos y culturas que promueven la
acogida, que adoptan metas buenas y justas, que defienden actitudes solidarias
y leen la propia historia con mente abierta y con seriedad historiográfica.
Son
esos pueblos los que consiguen emprender caminos hacia la unidad y la paz,
hacia la justicia y el verdadero respeto de los otros, incluso a pesar de
diferencias idiomáticas o de otro tipo. Porque unidad no significa uniformidad,
sino acogida de un proyecto común para caminar juntos hacia metas que,
esperamos, promuevan un mañana solidario, justo y bueno.
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