Autor: Álvaro Correa
Un refrán, poco común, dice que “cuanto más tarda en nacer un erizo,
mayores serán sus púas”.
Se refiere a los problemas que surgen en relación con los demás, pues, si
no les damos una solución con prudente agilidad, es posible que se agraven con
el paso de los días y el sumarse de otras dificultades.
A veces basta una sonrisa, un detalle de atención, unos segundos de
paciencia para limar las asperezas que inevitablemente surgen por la diversa
manera de pensar y de sentir.
Los hombres, gracias a Dios, no somos robots hechos en serie e
impersonales. Cada quien es un don único e irrepetible, dotado de cualidades y
talentos, y sujeto, también, de limitaciones y carencias.
Es difícil, por no decir imposible, que no se den roces leves o duros
encontronazos en la vida diaria, pero, justamente en esas circunstancias es
cuando debe salir a brillar lo mejor de nosotros mismos.
Recordemos siempre la máxima que Cristo nos dejó como brújula para nuestras
relaciones: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo
también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas” (Mateo, 7, 12).
La caridad paciente e ingeniosa ha de adelantarse para evitar las “púas”
entre nosotros, es decir, esos silencios, miradas, gestos, expresiones o
murmuraciones que se nos clavan como espinas porque no nacen del amor, sino de
un egoísmo herido.
Sí, seamos ágiles para que, de ser posible, no crezcan púas de erizo entre
nosotros.
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