Autor: Fernando Pascual
El desprecio hacia las teorías
se ha producido en muchos lugares y en épocas distintas. ¿Por qué motivos?
A veces, porque se piensa que
la teoría no tiene relación con la vida. Otras veces, porque se la presenta
como lejana a la realidad. O porque resulta complicada. O porque para algunos
solo tiene valor lo práctico.
A pesar de las numerosas
críticas, las teorías tienen un lugar inevitable en la existencia humana, a
nivel personal y a nivel colectivo.
La mayoría de las decisiones
están apoyadas en las teorías que uno acoge. Viven de manera muy diferente
quienes aceptan que hay una vida tras la muerte y quienes piensan que no existe
tal vida. Y ambas posiciones son teóricas.
Además, las teorías
fundamentan el modo de organizarse de la familia (por ejemplo, al limitar el
matrimonio a dos contrayentes), del Estado, de las leyes, de los parlamentos.
Igualmente, las teorías sirven
para aprobar o para condenar comportamientos y decisiones de otros. Nadie puede
declarar injusto un despido si antes no tiene una teoría sobre lo que es la
justicia.
Incluso las críticas a las
teorías, a las ideas, a los sistemas de pensamiento, a las teologías, se
construyen desde presupuestos y principios, es decir, desde teorías...
Vale para las teorías el
famoso dicho de Aristóteles: siempre hay que filosofar, también cuando uno
quiere demostrar que la filosofía no sirve para nada, pues necesitará
demostrarlo filosóficamente.
Las teorías son, por lo tanto,
compañeras inseparables de nuestra existencia. Serán mejores o peores, serán
más completas o parciales, serán minoritarias o muy difundidas, pero siempre
estarán allí, a nuestro lado.
Por eso, si nadie puede
prescindir de una teoría, vale la pena un sano esfuerzo por analizar la que uno
lleva dentro de su mente y de su corazón, para purificarla de errores y para
mejorarla en vistas a conducirle, eficazmente, hacia la verdad, el bien y la
belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario