Autor: Álvaro Correa
El progreso y la prosperidad, como toda medicina, tienen también posibles
efectos secundarios. En referencia a la luz eléctrica no podemos sino dar
gracias por los beneficios recibidos.
Apenas nos queda un vago recuerdo de que hubo un tiempo en que los hombres
caminaban por las calles con antorchas o lámparas de aceite en la mano. En esa
época el manto oscuro de la noche cubría casi por completo la parte durmiente
de la humanidad.
La distinción entre el día y la noche era nítida. Ahora resulta que la
iluminación eléctrica aumenta de año en año y que en los países más desarrollados
se gesta el fenómeno de la “contaminación lumínica”.
El hombre se ve obligado a cerrar las cortinas de su habitación para poder
dormir y, por otra parte, si desea contemplar las estrellas, a mala pena lo
conseguirá por el toldo brillante que cubre las poblaciones.
Además el 30% de los vertebrados del planeta y el 60% de los invertebrados
de hábitos nocturnos se están viendo alterados.
Es casi imposible dar marcha atrás en el uso de la luz eléctrica, pero, sin
duda se pensará en una solución adecuada. Ojalá sea posible seguir viendo las
estrellas para penetrar con la mirada el misterio del universo.
Orar mirando al cielo esponja el alma. Así reza el salmo: “Cuando contemplo
el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el
hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?” (Sal 8,4-5).
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