Autor: Álvaro Correa
Una maestra de primaria preguntó si
algún niño quería prestar uno de sus lápices a un compañero que lo había
olvidado.
Un pequeñín sacó los suyos de su
estuche, abundantes por cierto, y la sorpresa fue ver que cada uno de ellos
llevaba escrito un mensaje de aliento: “Eres muy talentoso… Eres fenomenal…
Tendrás un grande año… Eres inteligente… Estoy orgulloso de ti… Te amo…”.
La autora era la madre del niño quien,
de manera sencilla e ingeniosa, deseaba infundir confianza, cariño y autoestima
a su hijo. Sabía que, cada vez que el niño escribiera, llevaría a su mente y
corazón una motivación para superarse.
La maestra juzgó que estaba ante una
lección maternal, tomó una foto de los lápices y la compartió con el mundo
entero.
Ojalá que este hecho nos ayude a pensar
que nuestras buenas madres nos regalan un pedacito de su corazón en todo
aquello que nos brindan. Su amor ha grabado un mensaje con oro invisible en
cada uno de sus arrullos, desvelos, preocupaciones, atenciones, incluso en cada
reprimenda o corrección.
No es fácil ser madre en este tiempo que
atraviesa un mar tempestuoso de crisis educacional, pero, su papel, sin duda,
es siempre inigualable e insustituible.
Quizás nuestra madre no escribía
mensajes en nuestros lápices, pero, es cierto que su corazón nos llevaba hasta
el banco de la escuela y permanecía junto a nosotros.
El amor hace presente a una madre en la
vida de sus hijos. ¡Demos gracias a Dios!
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