Autor: Fernando Pascual
A lo largo de la historia las
reflexiones sobre el ser humano han subrayado diversas dimensiones, a veces
unas más que otras.
Existen teorías que exaltan la
dimensión del cuerpo. Otras dan un relieve especial al alma. Otras se fijan en
funciones, como las del sistema nervioso, o en modos de vivir en grupo, en
clave sociológica.
Ponemos ahora la mirada sobre
el cuerpo y el alma. Hablar del cuerpo humano significa prestar atención a su
presencia sensible en el mundo. Hablar del alma significa fijarnos en sus
actividades intelectuales y volitivas.
Más allá de lo que se pueda
decir sobre el cuerpo o sobre el alma, la experiencia personal y diversas
tradiciones filosóficas y culturales han subrayado la profunda relación entre
el alma y el cuerpo, entre lo intelectual y lo sensible.
Porque salta a la vida en
nuestra condición humana la mutua dependencia entre esas dimensiones, hasta el
punto de que el mismo Platón, acusado por muchos como enemigo del cuerpo, tuvo
que reconocer en el "Timeo" que no deberíamos mover el cuerpo sin el
alma, ni el alma sin el cuerpo...
Al analizar nuestras
experiencias cotidianas, reconocemos cómo no podemos pensar bien si tenemos
dolor de cabeza o el vientre inquieto. A la vez, hay ocasiones en las que una
idea especialmente intensa nos permite ir más allá del hambre y la sed, para
atender algo que llevamos en el corazón.
Uno de los grandes retos de
todos los tiempos, también del nuestro, consiste en alcanzar una visión
adecuada de lo que significa ser hombres, en orden a evitar reduccionismos que
exalten una dimensión y que dejen a un lado otras.
En esa visión podremos
emprender caminos concretos que nos permitan una sana armonía entre nuestras
dimensiones constitutivas. Según el famoso consejo del viejo Platón,
aprenderemos a mover juntos alma y cuerpo.
Así encontraremos modos
equilibrados de vivir como seres espirituales que también somos corporales, al
mismo tiempo que acogeremos lo que significa actuar en el tiempo (con todas sus
potencialidades y sus riesgos), y hacerlo con una orientación a algo que está
más allá del tiempo: la eternidad en la que un día encontraremos a Dios y será
posible la plenitud de nuestra condición humana.
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