Autor: Álvaro Correa
Las colinas altas y de suave pendiente
son la mejor pista de lanzamiento para los amantes del “parapente”.
En uno de esos enclaves privilegiados un
grupo de personas, quizás a mitad entre familiares y turistas, clavaban sus
ojos en una pequeña de apenas cuatro años que, entre los brazos de su padre, se
preparaba para surcar por vigésima vez un vasto horizonte.
Ahora bien, pocos se percataron de que
había otro niño, a las puertas de su adolescencia, que se deleitaba escrutando
el horizonte con unos prismáticos. No era la primera vez, ni se trataba de una
curiosidad pasajera.
El chico suele aprovechar gran parte de
sus vacaciones para contemplar la belleza de la naturaleza. A través de sus
prismáticos disfruta en silencio los montes lejanos, los bosques, los rebaños
de ovejas, las aves tejiendo sus nidos o las ardillas jugueteando entre los
árboles…
Igualmente sigue a las personas que
descienden en parapente desde las colinas hasta una pista de aterrizaje al
fondo del valle.
La imagen del chico en cuclillas oteando
el horizonte evoca la capacidad que Dios nos concedió para la contemplación.
A este propósito, el libro abierto de la
Creación es un camino estupendo para la oración, para el silencio del alma y
para el encuentro con nosotros mismos en el sagrario de nuestra conciencia.
Ojalá tengamos la ocasión de conseguir
unos buenos prismáticos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario