Autor: Fernando Pascual
Por la calle, alguien abre un
caramelo y tira al suelo el papel. No percibe que está ensuciando un espacio
público.
En el trabajo, alguien sale de
un despacho y deja las luces encendidas. No capta que desperdicia electricidad.
En el metro, alguien pasa de
prisa junto a un ciego que mueve su bastón para evitar tropiezos. No se da
cuenta de la necesidad de ayuda de ese ciego.
En casa, alguien se lava las
manos y deja por un rato el grifo abierto. No siente que está tirando agua allí
donde resulta un bien precioso.
La lista podría ser más larga
y sobre muchos aspectos. El punto común en esas situaciones radica en cierta
ceguera ante bienes y necesidades.
¿Por qué no “vemos” el daño
que producen acciones que ejecutamos casi mecánicamente? ¿Por qué no percibimos
necesidades en personas que están a nuestro lado?
Las “cegueras” que nos
acompañan tienen orígenes diferentes. Uno, la prisa que nos lanza a buscar solo
lo nuestro sin percibir lo ajeno. Otro, la pereza: cuesta estar disponibles
para otros. Otro, simplemente, falta de educación: nunca habíamos pensado que
el agua es un bien precioso.
Para vencer esas cegueras,
hace falta formar correctamente la mente y el corazón. Así abriremos los ojos
interiores y exteriores, seremos capaces de apartarnos de acciones
irresponsables y dañinas, y promoveremos otras abiertas al bien, a la justicia,
a la verdad, al amor.
En un mundo lleno de prisas,
de estímulos, de mensajes, de imágenes, un buen cultivo de la sensibilidad del
corazón nos hará más abiertos y disponibles, más generosos y alegres. Entonces
dejaremos de lado dependencias que nos asfixian, y contaremos con más tiempo
para amar a Dios y a tantos seres humanos necesitados de ayuda y de cariño verdadero.
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