Autor: Álvaro Correa
Una manera simpática de
describir a una persona de fácil conversación es indicando que ésta “se ata al
primer clavo que encuentra”.
Apreciamos a quienes
tienen ese maravilloso talento de conversar de manera natural, elegante y
enriquecedora. Se trata, ciertamente, de un fruto maduro tras una formación
amplia y profunda, de un bagaje cultural adquirido y de experiencia acumulada a
lo largo de los años.
Todo esto es verdad. Sin
embargo, un aspecto muy destacado por los especialistas de relaciones humanas
es que una persona que sabe conversar es aquella que, ante todo, sabe escuchar.
De hecho saber conversar
no significa acaparar la conversación para volcar en oídos ajenos aquellos
asuntos que sólo a nosotros nos interesan. Quien procede así suele rodearse de
una barrera de antipatía y de pesadez que muchos no están dispuestos a superar
y soportar.
Por el contrario, quienes
“se atan al primer clavo que encuentran” son personas que muestran un interés
franco por los demás y que les hacen sentirse “importantes” por la sola razón de
escucharlos con aprecio. La conversación se vuelve, entonces, en un comentario
compartido sobre la propia vida.
Interesarse por los demás
es un acto de caridad, un signo de humildad y de grandeza de alma. Quizás, por
ello, las personas virtuosas son las que mejor saben conversar. Ojalá que,
desde nuestra fe cristiana, sepamos “atarnos a cualquier clavo” para hacer el
bien.
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