Autor:
Fernando Pascual
La
condena sumaria etiqueta categorías de personas. Basta con pertenecer a esa
categoría para que alguien sea presentado como culpable, aunque no exista
prueba alguna. Luego llega la condena mediática o judicial, el desprecio
público, la persecución, el insulto generalizado.
Condenas
sumarias han existido en muchos lugares y por motivos diversos. Pero detrás de
todas ellas hay siempre una grave violación de la justicia, y en muchas
ocasiones también actitudes de discriminaciones arbitrarias.
También
hoy existen condenas sumarias. Basta una acusación sin pruebas para condenar a
un cristiano en algunos países musulmanes. Basta una nota periodística para
declarar corrupto a un político sin ningún estudio serio sobre el tema.
El
daño que causan las condenas sumarias de inocentes es incalculable. Un hombre,
una mujer, ven cómo su fama queda destruida, cómo muchos “amigos” les
abandonan, incluso cómo se hace difícil encontrar trabajo y sobrevivir en medio
de críticas despiadadas.
Gracias
a Dios, también existen hombres y mujeres que defienden al inocente, que dejan
de lado condenas sumarias, que comprenden que la justicia exige la defensa de
los inocentes y un trato adecuado a los presuntos culpables (que no lo son
mientras no haya pruebas suficientes).
En
un mundo donde las críticas corren sin freno, donde basta una insinuación para
destruir la vida de un inocente, vale la pena un esfuerzo sincero por no
difundir lo que son simples sospechas y por defender la buena fama de quienes
tienen derecho a ser tratados de acuerdo con la verdad y la justicia.
Así
habrá menos condenas sumarias y más prudencia. Así se evitará el dolor de los
inocentes y se vivirá con actitudes justas que permiten acoger a quienes
merecen ser respetados en su buena fama y en su dignidad inalienable.
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