Autor: Celso Julio da Silva
Ocho de diciembre de 1854. Toda la cristiandad vuelca el corazón hacia
la Basílica Vaticana. El cielo parece visitar la tierra en el repique vibrante de
las campanas romanas. Pío IX, desde la cátedra, levanta la voz proclamando a toda la Iglesia Universal el dogma de la Inmaculada
Concepción.
Todos sabemos que la primera “inmaculada” de la historia, creada sin el pecado original, fue Eva. Su pureza
permitía disfrutar de la presencia de Dios todos los días. ¡Qué gusto era poder
platicar con Dios en los atardeceres del jardín del Edén!
Sin embargo, aquella pureza de repente se volvió hoja arrastrada por el
viento de la soberbia y de la desobediencia. El demonio, en la figura de la
serpiente, anestesió el corazón de Eva con discursos grandilocuentes de
conocimiento y de poder- “seréis como dioses”- presentándole un camino bien
fácil. La guía del camino tentador era: del
árbol a la boca, de la boca al vientre y así el fruto, una vez en el vientre de
Eva, desató el triste destino de la humanidad: pecado y muerte.
María, a su vez, fue concebida sin el pecado original, pues después de
aquella nefasta tarde en el jardín del Edén, Dios jamás se olvidó del hombre,
obra de sus manos. Para salvarnos, desde aquel instante, pensó también en
María, la mujer pura que aplastaría la cabeza de la serpiente, dando a luz al
Salvador Jesucristo.
¡María es la verdadera Inmaculada! Es la Nueva Eva que floreció como
flor de primavera del poder redentor de Dios. En la Anunciación el ángel
Gabriel podría perfectamente haber hecho un juego de palabras: “¡Ave- Eva!”, pues la Llena de gracia aceptó cumplir el camino contrario de la primera
Eva, un camino más arduo que era: de la
boca al vientre, del vientre al Árbol. De este modo, contemplamos una tenue
luz del misterio de la Inmaculada, de tal forma que nuestra oración recobra un
sentido más profundo cada vez que rezamos: “¡bendita Tú eres entre todas las
mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!”
De la boca al vientre: María Inmaculada no pretendió obtener conocimiento y poder delante de la
propuesta divina del ángel Gabriel, sino que acogió el Fruto en la pureza y la
humildad de una esclava, exclamando: “He aquí la esclava del Señor…”- “hágase
en mí”. Aquí está: de la boca al
vientre, no con pretensiones egoístas como Eva en el Paraíso, sumergida en la
tentación del demonio, sino en la pequeñez de una sierva que acoge el Fruto de
la Salvación en su vientre puro.
Y del vientre al Árbol: María es la corredentora en el plano de la Salvación. Por
eso, dio a luz a Jesús, fruto bendito de su vientre, para devolver en la
obediencia y la aceptación amorosa del misterio redentor el Fruto al Árbol. Pero
no a aquel árbol del Paraíso, tan lejos en el tiempo, aunque aún tan atractivo,
seductor, tentador y prohibido a los ojos y al corazón de hombre… María
devuelve ese Fruto, Cristo, al árbol de la vida, a la Cruz, que para nosotros
no es tan atractiva, seductora y- claro está- jamás prohibida- pero he aquí que
siempre huimos de ella. María es Inmaculada porque está de pie adorando al
Árbol de la Vida, donde la Vida, fruto de su vientre inmaculado, está clavada
por amor a los hombres.
Hoy, con toda la Iglesia, respirando el aire fresco de la apertura de
este anhelado año jubilar de la Misericordia, elevamos nuestra gratitud de
hijos de María Inmaculada por haber recorrido el difícil camino del Misterio en
la fe y la pureza, el camino de la humildad de acoger a Dios en su vientre
puro, cooperando con nuestra redención, para luego adorarlo sobre el Árbol de
la Vida, que es la cruz de Jesucristo. Que María Inmaculada proteja la flor de
la pureza en nuestra vida cristiana y, de modo especial, en la vida de todos
los jóvenes.
1 comentario:
Muchas gracias, H. Celso. Sencilla y profunda reflexión sobre La Inmaculada.
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