Autor: Max Silva Abbott
Los problemas de corrupción están
golpeando a nuestras sociedades de manera cada vez más dramática, tanto a nivel
nacional como internacional. De este modo, casi no hay semana en que no se
destape algún escándalo financiero que afecte a una trasnacional, o a
empresarios o políticos de un país determinado.
Ante esta situación, de suyo muy
lamentable, no son pocos quienes ven en el capitalismo y el mercado los únicos
y malévolos responsables. Y como reacción pendular, abogan para que el Estado
asuma todos estos roles y garantice con su poder que abusos como estos no
vuelvan a repetirse.
La historia sin embargo, ha mostrado sin
excepción, que cuando un cierto grupo se apodera del Estado, cae en los mismos
abusos que ellos tanto criticaron y que les sirvieron de fundamento para
hacerse con el poder. Ello, porque es muy tentador aprovecharse de la notable
situación de ventaja que otorga “ser” el mismo Estado.
Todo esto parece indicar que resulta
bastante probable que quien pueda abusar de una posición de ventaja, lo hará.
Ello no quiere decir que todo aquel que se encuentre en una situación semejante
obrará de este modo; pero la propia experiencia muestra que las probabilidades
resultan más que altas, por nuestra propia condición humana.
En consecuencia, parece claro que el
problema no depende tanto de las estructuras políticas y económicas que existan
(aunque es evidente que ellas pueden mejorarse, y mucho), sino del
comportamiento de los sujetos que las encarnan.
Lo anterior hace que nos enfrentemos al
problema de siempre: al buen o mal uso que hagamos de nuestra libertad. Es por
eso que, aunque muchos lo nieguen hoy, resulta imprescindible la existencia y
real vigencia de una moral objetiva y universal, pero adaptada a las
situaciones concretas, que nos diga muy a las claras qué es correcto y qué no,
respaldada además por una eficaz legislación, que evite en lo posible abusos de
poder en cualquiera de sus áreas. Sólo así podrán evitarse estas conductas que
tanto daño hacen y que tanto escandalizan.
Pero por lo mismo, parece obvio que no
podemos seguir pensando que lo bueno y lo malo dependen de los caprichos de
cada uno y que todo quede entregado a una ética de ocasión. Ello, porque parece
absurdo pretender que cada cual pueda hacer con su vida (y sus negocios, sus
cargos, etc.) lo que quiera, sin recibir amonestación alguna por lo que
realice, y al mismo tiempo, los demás no puedan hacer lo mismo.
Es por eso que uno de los peores males
para cualquier sociedad es la pérdida de la objetividad moral (lo que a su vez,
terminará afectando a su orden jurídico), de lo cual los aludidos escándalos
son solo un botón de muestra.
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