Autor: Álvaro Correa
Recordemos el primer principio de la ética de Santo Tomás: “Bonum est
faciendum et malum vitandum” (se debe hacer el bien y evitar el mal).
Este principio extiende la plataforma sobre la cual se construye nuestra
conducta humana y las relaciones con los demás. Es necesario subrayar que, como
hombres, gozamos la dicha de poder llegar a ser buenos y, por tanto, de obrar
el bien.
Ciertamente el sol que alumbra nuestra mejor versión humana, también pone
de manifiesto nuestras flaquezas y la real posibilidad, que también tenemos, de
llegar a ser malos y de obrar el mal. Se trata, pues, de ese doble camino que
asumimos desde nuestro uso de razón.
Y bien, después de esta pincelada moral, volvamos la vista a ciertos
nubarrones de pesimismo existencial que nos acechan con frecuencia, flotando en
los medios de comunicación social.
Su sabor amargo intenta convencer de que el bien ya no se hace y de que el
mal ya no se evita. Algún refrán recoge este suceso de manera atrevida: “La
probabilidad de hacer mal se encuentra cien veces al día; la de hacer bien una
vez al año”…
Como cristianos creemos firmemente que Dios nuestro Señor sale al encuentro
de nuestra miseria humana con el auxilio de la gracia santificante, capaz
transformar nuestras cenizas en oro divino.
Cada hombre y mujer de fe sencilla y pura son testimonios vivos de que Dios
nos permite obrar el bien y evitar el mal.
Siendo así, podemos parafrasear el refrán de esta manera: “Con Dios la
probabilidad de hacer el mal se reduce de día en día y la de hacer el bien se
multiplica en cada latido del corazón”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario