Autor:
Álvaro Correa
Llamamos
“lastre” a la piedra de mala calidad, así como al cúmulo de lajas rotas y
esparcidas por la superficie de una cantera. Suele utilizarse para dar
estabilidad a una nave o para permitir a los globos aerostáticos que asciendan
o desciendan de altitud según se precise.
Se trata,
por tanto, de un peso que detiene, pero del cual se puede prescindir cuando ya
no resulte útil.
Ha sido
fácil aplicar la imagen de esta realidad a personas o instituciones que, por su
inmadurez, impiden avanzar, traban las relaciones, molestan por su actitud, ponen
trabas a un proyecto, etc. Serían, pues, un “lastre”.
Ahora bien,
aunque es menos común, también la imagen se aplica a nivel personal. Es decir,
a la necesidad que tenemos como personas, como cristianos, de liberarnos de
tantos pesos, de tanto “lastre”, que llevamos dentro.
Dígase de
apegos mundanos, de vicios adquiridos, de rencores y envidias, de actitudes
incorrectas, etc. Llegan a ser, de hecho, un impedimento del que necesitamos
librarnos si queremos ascender a lo alto de la virtud y de la dignidad propia
de los hijos de Dios.
Ciertamente,
esto no resulta tan fácil como arrojar una bolsita de piedras al suelo para que
suba un globo de colores… Nuestro “lastre” es algo vivo, es un modo de ser
nuestro que fatigamos para corregir de un día a otro.
Necesitamos
paciencia, voluntad firme, mucha oración y abundante gracia de Dios. Es hermoso
que, conforme logramos ser más libres de sobrepesos internos, se amplía y
colorea el horizonte de la vida.
Sí, es como
subir más alto en un globo aerostático. El cielo parece a la mano…
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