Autor: Fernando Pascual
Si Sócrates viviera hoy se
quedaría afónico. O destrozaría sus dedos en el teclado de una computadora. O,
quizá, renunciaría a ver y a oír mentiras divulgadas por mil pantallas y
altavoces para aislarse con un grupo de amigos deseosos de encontrar algo de
luz en medio de nubes de tinieblas.
Porque Sócrates, según lo
presenta Platón, no tenía permitido “ser indulgente con lo falso ni obscurecer
lo verdadero” (“Teeteto” 151d).
Por lo mismo, ante tantos
sofismas baratos, citas manipuladas, artículos donde se mezclan gimnasia y
magnesia, afirmaciones rimbombantes vacías de fundamento, mentiras gratuitas y
frases descontextualizadas, Sócrates acabaría desesperado si intentase
responder a cada falsedad, si quisiera denunciar las manipulaciones que salen
de tantas bocas o de tantos teclados.
No sabemos, desde luego, cómo
se comportaría Sócrates ante una situación tan peculiar como la nuestra. La pregunta,
entonces, se dirige a uno mismo: ¿hay que responder a cada mentira? ¿Hay que
denunciar cada foto manipulada, cada mensaje lleno de falsedades sobre Marte o
sobre un cantante famoso, cada calumnia lanzada contra unos o contra otros?
Vivimos en un mundo donde la
libertad de expresión es entendida por algunos como pretexto para arrojar al
viento cualquier mentira perfectamente calculada para engañar a los incautos, o
cualquier ocurrencia divulgada desde la imprudencia de quienes hablan sobre lo
que no saben.
Además, la frase según la
cual la primera víctima de una guerra es la verdad vale también para el mundo
de las finanzas, para los discursos de algunos políticos, para los escritos de
importantes literatos, para los estudios de representantes de la ciencia que
hablan de filosofía sin tener ideas claras sobre el tema...
Vivimos en un mundo donde
millones de falsedades, medias verdades, mentiras avaladas por prestigiosos
personajes, y afirmaciones confusas que no se sabe exactamente qué desean
expresar, conviven con pocas verdades escondidas en hogares, libros o páginas
de Internet; verdades que no acaban de brillar porque son pronunciadas desde
voces discretas que se pierden en la marejada de oscuridad que nos rodea.
De nuevo, la pregunta: ¿hay
que desenmascarar cada mentira? La respuesta no sería fácil ni para Sócrates ni
para nosotros. Pero lo que sí podemos hacer es suscitar en nuestra mente y en
nuestro corazón un sano espíritu crítico. A través del mismo seremos capaces de
descubrir engaños, evidenciar errores, descorrer retazos de falsedad que giran
por aquí y por allá, no dar por verdadero lo primero que leemos en una
brillante página de Internet o en un famoso periódico.
Luego, en positivo, abriremos
los ojos del alma hacia la verdad, venga de donde venga y la diga quien la diga. Así lo verdadero
no quedará oscurecido, sino que se hará más luminoso; primero en nosotros
mismos, y luego en quienes se acerquen a nuestro lado y escuchen palabras
ponderadas, serenas y sazonadas con un maduro y valiente amor a la verdad y a
la justicia.
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