Autor:
Fernando Pascual
Al
estudiar los procesos evolutivos es posible concluir que todo lo que ocurre no
tiene ningún propósito ni orientación. Hay cambios, hay selecciones, hay
quienes siguen adelante mientras otros mueren en el proceso. Nada más.
En
este modo de pensar, ¿cómo interpretar el actuar humano? Si el hombre es visto
como un resultado más de la evolución, que ocurrió como aparecieron los
elefantes y desaparecieron los dinosaurios, sus acciones no tienen ningún valor
especial.
Desde
luego, muy pocos aceptan este tipo de conclusiones. Cuando vemos a unas
hormigas despedazar a un saltamontes pensamos que eso es un comportamiento
determinístico, carente de cualquier relevancia moral. Cuando vemos una
pandilla de fanáticos de un equipo de fútbol agredir a personas inocentes
admitimos que hay, normalmente, culpabilidad.
Suponer
que lo que hacen las hormigas es natural, parte de un comportamiento fijo,
mientras que algunas acciones de los seres humanos serían libres e
indeterminadas, y por lo tanto pueden ser valoradas éticamente, solo es posible
si pensamos que en el hombre, en cuanto “resultado evolutivo”, hay algo
especial.
A lo
largo de los siglos, ese “algo especial” ha sido conceptualizado de diferentes
maneras, entre las que destaca la noción de alma espiritual. Porque si en el
ser humano existe una capacidad que le permite conocer intelectualmente y
decidir libremente, su comportamiento estará abierto a mil posibilidades, algo
impensable en el caso de las hormigas.
En
el panorama de los seres vivos, la singularidad humana sorprende y estimula a
comprender mejor por qué nuestros comportamientos puedan ser libres, puedan ser
reprochados o valorados por otros y también por uno mismo, según criterios
éticos universales.
En
el camino hacia la respuesta pueden ser de gran ayuda algunos estudios serios
sobre los procesos evolutivos de la vida terrestre. Pero tales estudios
llegarán a un punto en donde se hará necesaria una reflexión más profunda, filosófica,
que avance hacia la comprensión de ese gran misterio que somos todos y cada uno
de los miembros de la especie humana.
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